1 55 Espritu Santo 12 El Espritu Santo

1ª 55 Espíritu Santo 12 El Espíritu Santo en la Iglesia 2

En el capítulo anterior considerábamos algo de lo que el Esp. Santo hace en la Iglesia a través de las cuatro notas necesarias para conocer cuál es la verdadera Iglesia: una, santa, católica (universal) y apostólica. Veíamos la unidad; veamos las otras tres. Si el Esp. Santo está actuando para que en la Iglesia haya unidad, con mayor razón lo vemos presente para que haya santidad. Él es el santificador por excelencia.

Entre las razones de la santidad o las maneras de hacerse uno santo está la docilidad a las inspiraciones del Esp. Santo. De hecho la palabra “santo”, como en otros lugares lo hemos visto, significa “separado” y se refiere especialmente a Dios. Para los humanos se atribuye a los que se acercan más al querer de Dios; o los que se unen más a Dios. Pero el Esp. Santo, que es Dios, vive siempre con nosotros, como nos lo dijo Jesús. Y vive para estimularnos a la santidad.

Al Esp. Santo vimos que se le llama “Señor y Dador de vida”. Siempre debemos recordar que la vida importante que debemos tener y alimentar es la vida de la gracia, para que crezca plenamente en el cielo, la patria de la felicidad. Esta vida de la gracia la recibimos en el bautismo; pero debe crecer. Normalmente nos quedamos muy bajos. Sin embargo el Esp. Santo dispone de medios para ayudarnos a la santidad. Son sus dones, de los que más adelante hablaremos largamente. Pero debemos ir teniendo la disposición de dejarnos llevar por el Esp. Santo.

La santidad en la Iglesia comenzó con el mismo Jesucristo, con su madre, la Virgen María, y con tantos hombres y mujeres que se han entregado con toda su alma a vivir el ideal cristiano. En Pentecostés vimos el cambio que se operó en los apóstoles y otros discípulos. De tal manera que, cuando uno examina la vida de estas personas en su intimidad, no se puede explicar al modo humano, sino porque se han dejado llevar por el impulso santificador del Esp. Santo en su ser.

Cuando se dice que la Iglesia es santa, no quiere decir que no haya pecadores. Hay muchos y Jesucristo lo dijo por medio de parábolas, ya que en la Iglesia crecen juntos el trigo y la cizaña. Pero hay muchas personas que viven una gran santidad: miles y millones, en todos los tiempos y lugares, hombres y mujeres de todas las edades, razas y condiciones de vida. De modo que es un milagro patente y esclarecedor de la virtud del Esp. Santo.

Cuando uno deja al Esp. Santo que se haga dueño de nuestro ser, se va viendo cómo la vida va cambiando como no se podía sospechar: va cambiando el ser desde lo más íntimo y uno siente una paz y una alegría que antes no podía ni sospechar. Santos no son sólo los que conocemos en los calendarios, sino una multitud de personas sencillas que han entregado su ser a esta acción benéfica del Esp. Santo.

Santo es aquel que se toma en serio el evangelio, no a medias, es aquel que sabe responder a las llamadas de Dios con el corazón abierto sabiendo que esa es nuestra mayor felicidad, santo es el que sabe abrir el entendimiento para comprenderlo y el corazón para amar a Dios que nos ha creado y nos espera para darnos el cielo, a Dios que nos redimió y a Dios que permanece con nosotros para santificarnos. Para que seamos santos, la Iglesia dispone de medios suficientes, como los sacramentos.

Para esa vida nos llama Dios a todos. No debe ser ni es para unos pocos, sino para todos, como tantas veces nos lo dice la Iglesia. Cuesta responder de manera firme; pero Dios nos va manteniendo en su gracia y el Esp. Santo está dispuesto siempre a ayudarnos con sus gracias y dones. Claro que cuesta darlo todo; pero es mucho más lo que se nos da. Y cuando decimos que la Iglesia es santa es porque hay muchísimos que han respondido con firmeza. Y estos son los que configuran la verdadera Iglesia de Jesucristo.

Muchísimas veces no es santo aquel que se lo cree que es, sino más bien la persona humilde que se siente que es poca cosa; pero sabe que Dios ha tocado a su puerta y la ha llamado: siente quizá que Dios la ha seducido, sabe que Dios nos ama mucho más. Cuando uno conoce más a Dios, le ama más y le sigue de verdad. Entonces ha aprendido a hablar con Dios como un verdadero hijo con su Padre y Señor.

Señor, no soy nada ¿Porqué me has llamado? Automático

Has pasado por mi puerta y bien sabes

¿Porqué te has fijado en mi?

Me has seducido, Señor.

Con tu mirada me has hablado al corazón y me has querido.

Es imposible conocerte y no amarte.

Es imposible amarte y no seguirte.

Me has seducido, Señor.

Como a tu Madre, pobre y sencilla de corazón. Hacer CLIC

La verdadera Iglesia debe ser católica. Esta palabra distingue a una iglesia en particular entre varias cristianas. Es porque es la que mejor tiene esta característica de universal. Ser universal significa que está destinada para todas las gentes, respondiendo a lo que Jesús les dijo a los apóstoles y sus sucesores “Id por todo el mundo…” Pero además: de hecho, está extendida por todas las naciones y en todas hay personas entregadas de veras a Dios.

San Ignacio de Antioquía, que fue discípulo de san Juan evangelista, cuando le llevaban preso a Roma, a principios del siglo II para morir mártir (devorado por leones), escribió unas cartas importantes. Hablaba de la Iglesia y es la primera vez que la llamó “católica”. Decía que “allí donde está Cristo Jesús está la Iglesia Católica”. En ella está en plenitud el Cuerpo de Cristo, unido a su Cabeza. Así que posee los medios de salvación, que Cristo ha querido: fe, vida sacramental y sucesión apostólica.

En el sentido fundamental, la Iglesia ya era universal el día de Pentecostés al venir el Espíritu Santo. Cuando se da la infusión del Esp. Santo, se encuentran en aquel lugar externo, gentes de muchos lugares, que van simbolizando todas las naciones de la tierra. Allí estaba el Esp. Santo, con la colaboración de los apóstoles, formando la primitiva cristiandad. Y comenzó a extenderse por la predicación de los doce apóstoles y otros que fueron a lugares de paganos, como san Pablo y san Bernabé.

No fue fácil tender a ser universal en muchas ocasiones, por las contrariedades que sufrieron tantos valientes misioneros en diversos lugares y por las diferentes mentalidades dentro de la misma Iglesia verdadera, como vimos al tratar sobre la unidad; pero el Esp. Santo iba ayudando con sus dones y carismas. Para este desarrollo, también externo, la Iglesia, que es universal, necesita una gran organización externa, con los peligros de meterse lo mundano de por medio. Para seguir adelante necesita los carismas del Esp. Santo.

Dentro de la Iglesia universal o católica, para irse desarrollando, se divide en iglesias particulares, que son las diócesis, comunidades de fieles cristianos, en comunión por la fe y los sacramentos, dirigidas por el obispo, ordenado en la sucesión apostólica. Cada una de estas iglesias particulares en sí son ya católicas, en el sentido que tienden a lo universal. Y especialmente, como ya decía san Ignacio de Antioquía, gracias a la comunión con el obispo de Roma, “que preside en la caridad”.

Discípulo de san Ignacio de Antioquía fue san Ireneo, obispo de Lión, quizá el hombre de la Iglesia más destacado en aquel 2º siglo. San Ireneo, siguiendo lo que había dicho su maestro, decía: “Porque con esta iglesia, en razón de su origen más diferente, debe necesariamente acomodarse toda iglesia, es decir, los fieles de todas partes”. Por eso, aunque las diócesis en algún sentido tienen su autonomía, deben estar unidas con Roma para formar una sola Iglesia.

Que la Iglesia sea universal, o destinada para todos, requiere que necesariamente sea misionera. Esto es algo que ya les infundió el Esp. Santo el día de Pentecostés a los apóstoles. Ya Jesús les había dicho que fueran por el mundo; pero fue la infusión del Esp. Santo que dio el impulso, la sabiduría, la luz y la fuerza a los apóstoles para que se sintiesen misioneros. Como les había dicho Jesús: debían enseñar a guardar todo lo que Él les había mandado. Para ello necesitaban mucha luz del Esp. Santo.

Para esa labor Jesús había dado a los apóstoles un consuelo: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. Cuando en la Última Cena comprendieron que Jesús se marchaba, estaban desconsolados; pero Jesús les dijo que les iba a enviar al Esp, Santo. Por eso era conveniente que Jesús se marchara. De hecho, Jesús sigue presente en la Iglesia de muchas maneras; pero, como muy especial, sigue presente en la actuación del Esp. Santo, porque es el mismo Dios.

Y esa experiencia del Esp. Santo en Pentecostés sigue dándose en la Iglesia de diversas maneras y en diversas tonalidades, según la preparación y vivencia espiritual de quien está dispuesto a recibir el Espíritu a solas o en grupos especiales para vivir más cristianamente o para salir a misionar alguna parte del mundo más difícil, que se hace más fácil con la ayuda del Esp. Santo.

En la Iglesia hay muchos hoy que siguen escuchando con entusiasmo esas palabras que un día les dijera Jesús a los apóstoles: ID POR TODO EL MUNDO, llevad la buena nueva. Aunque habrá dificultades, porque os envío como ovejas entre lobos, y os llevarán presos ante tribunales, seréis mis testigos y podréis anunciar: JESUCRISTO ES EL SEÑOR.

Id por todo el mundo. Automático

Llevad la Buena Nueva.

Llevad la Buena Nueva.

Ved que os envío como ovejas entre lobos.

Os llevarán ante los jueces por mi causa.

Siempre seréis el testimonio de mi reino y yo os daré la salvación por recompensa.

Id por todo el mundo. Automático

Llevad la Buena Nueva.

También la Virgen María caminó para llevar la alegría y la paz, alabando al Señor. Hacer CLIC

La Iglesia verdadera es también apostólica. Es decir, que los que siguen predicando a Jesucristo, siguen con un proceso de seguimiento que viene desde los apóstoles. Lo importante es lo interior, la gracia, la fe, el amor. Para todo ello el Esp. Santo va sosteniendo y dando aliento. Pero también es conveniente un seguimiento externo, que parece manifestado en la Iglesia católica con la elección de los obispos, sucesores de los apóstoles. Lo necesitamos los humanos que somos tan volubles.

Asi vemos desde las primitivas comunidades cómo los apóstoles dejaban sucesores y éstos a otros y a otros. Asi los apóstoles y sus sucesores dejaban como una especie de testamento que se continuara la misión a ellos encomendada; y que “guardaran todo el rebaño en el que el Esp. Santo les había puesto para ser los pastores en la Iglesia de Dios” (así dice el conc. Vat. II). Así que se fue transmitiendo el ministerio encomendado a los apóstoles. Jesús les había dicho: “El que a vosotros escucha, a mi me escucha”.

Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca unida a los sucesores de san Pedro y demás apóstoles, en comunión de fe y de vida en Jesús; es apostólica por el hecho de sentirse enviada al mundo entero. Tener vocación cristiana es tener vocación al apostolado. Apostolado se llama a toda actividad, propia del Cuerpo Místico, para propagar el Reino de Cristo por toda la tierra. Para ser apóstol o misionero ¡Qué bien le viene tener la infusión del Esp. Santo con sus dones!

El hecho de que la Iglesia sea apostólica no quiere decir que las formas, los modos de actuar tengan que ser los mismos en todos los tiempos y lugares, ya que las circunstancias externas del mundo, con sus tiempos y lugares, cambian mucho y suelen ser diferentes. Tenemos el primer ejemplo en el tiempo de los apóstoles: cómo los cristianos de Jerusalén debieron comprender la manera de ser de los venidos del paganismo para acomodar los mensajes sagrados de Jesucristo a diversas situaciones.

La promesa de Jesucristo, en el evangelio, está especificada sobre todo para Pedro. Como su permanencia personal es limitada, como es su vida terrenal, se entiende que será para sus sucesores, mientras exista la Iglesia verdadera. Si esta permanencia de Jesús, con el Esp. Santo, es para Pedro, se deduce que es también dirigida al grupo de los doce apóstoles, grupo que, al cambiar las circunstancias de los tiempos, también debía cambiar.

Para llegar a ser uno de los sucesores de los apóstoles no basta con prepararse en estudios y otros menesteres externos. Es necesaria una vocación. No fueron ellos que quisieron, a toda costa, ser apóstoles, sino que Jesús los llamó. Quizá al principio para una entrega no total, luego sería más total, como a Pedro y otros a ser pescadores de hombres. Y de una manera definitiva cuando Jesús, después de haber pasado la noche en oración, eligió a los doce. A veces es difícil saber si es verdadera la vocación. La Iglesia tiene maneras de conocerlo; pero en esto sí ayuda de verdad el Esp. Santo.

Lo que Jesús pedía a aquellos doce para seguirle era, sobre todo, un cambio de corazón. Jesús veía que podían llegar a hacerlo, con la gracia de Dios. Sabemos que uno, Judas Iscariote, no quiso hacer ese cambio en su corazón. Luego el Esp. Santo haría lo principal con su efusión en Pentecostés, (a los once más el nuevo); pero Dios quiere la colaboración personal, porque seguir a Jesús requiere un cambio de mentalidad y de actitud ante la vida. No es fácil hacer la entrega total. Por eso, hay tareas de apostolado que no se asemejan al querer de Dios.

Así pues, la Iglesia es apostólica, pues está asentada sobre sólidos cimientos: “los doce apóstoles del Cordero”. Se mantiene infaliblemente en la verdad. Jesucristo la gobierna por medio de Pedro y los demás apóstoles, presentes en sus sucesores que son el papa y los obispos. Y sigue influenciada por el Esp. Santo, mientras no seamos rebeldes a la gracia de Dios.

Terminamos recordando la llamada de Jesucristo a los primeros apóstoles, a quienes llamó cuando estaban en su trabajo, que para varios era la pesca de peces. Un día serían pescadores de peces. ¡Qué hermoso cuando Dios encuentra personas que están disponibles, personas de buen corazón que se ofrecen para ampliar el Reino de Dios! Ellos serán muy felices.

Automático

de madrugada sentí sus palabras.

nos animaba su fuerza y su voz:

Seguidme y os haré pescadores de otro mar.

Seguidme y seréis los testigos de la verdad.

Seréis mensajeros, llevaréis la paz.

Alegraos, será vuestro el reino del cielo.

Alegraos y tendréis un tesoro en el cielo,

No temáis si os persiguen por llevar mi voz.

Seréis mensajeros, llevaréis la paz.

Alegraos, será vuestro el reino del cielo.

Alegraos y tendréis un tesoro en el cielo,

Con María, reina de los apóstoles. AMÉN