La nostalgia es ese pajarillo que viene levemente y se posa en nuestro corazón trayendo recuerdos. . .
. . . como un colibrí que besa la flor y trae belleza.
Y ella no escoge hora o lugar, sólo aparece así, invadiendo enteramente espacio que consideramos reservado a las personas u ocasiones especiales.
Pero si existe nostalgia, es porque existen semillas de ternura plantadas en nosotros; pedacitos de cosas buenas, que tal vez ni hayan quedado mucho tiempo, pero lo suficiente para dejar un rastro, un sabor, una marca, un perfume.
¿Qué nombre dar entonces a esa falta, ese vacío nostálgico, dolorido y bueno que invade el alma y toma cuenta del momento. . .
. . . ese viaje que hacemos sin maletas y documentos que nos lleva y nos trae llenos de amor y de no sé qué?
La nostalgia es una prueba, un certificado, sellado y firmado debajo de que no estamos enteramente solos ni vacíos.
Las personas vienen y van y quedan así prolongándose en nosotros, existiendo por la eternidad en nuestro camino. Y mañana o después, cuando todo lo que sobra en nosotros sean pedazos del pasado, tendremos a ese corazón rico en historias que nos harán reir solos o sentirnos vivos.
Son esas las piezas que los verdaderos amigos predican a nuestro corazón. Caemos en esa trampa y aún nos divertimos.
Aprendemos así que sentir nostalgia es respirar el amor que plantaron en nosotros. Y vivir después repletos de ese amor para toda la vida.