Las virtudes La virtud es una disposicin habitual
Las virtudes La virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien. Hay virtudes humanas y virtudes teologales.
Las virtudes humanas son perfecciones ha – bituales y estables del entendimiento y de la voluntad. Regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guian nuestra conducta de con – formidad con la razón y la fe. Son elevadas y purificadas por la gracia.
Las principales virtudes humanas son las llamadas cardinales. Constituyen las bases de la vida virtuosa. Son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
La prudencia dispone la razón a discernir, en cada circunstancia, nuestro verdadero bien y a elegir los medios ade – cuados para reali – zarlo. Es guía de las demás virtudes, indicándoles su regla y medida.
La justicia consiste en la constante y firme voluntad de dar a los demás lo que les es debido. La justicia para con Dios se llama “virtud de la religión”.
La fortaleza asegura la firmeza en las dificultades. La constancia en la búsqueda del bien. Llega incluso a la capacidad de de aceptar el eventual sacrificio de la propia vida por una causa justa.
La templanza modera la atracción de los placeres. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos. Procura el equilibrio en el uso de los bienes creados.
Las virtudes teologales son las que tienen como origen, motivo y objeto inmediato a Dios mismo. Infusas en el hombre con la gracia santificante. Nos hacen capaces de vivir en relación con la Santísima Trinidad. Son la garantía de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano.
Las virtudes teologales son: La Fe La Esperanza y La Caridad.
La Fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios. En todo lo que Él nos ha revelado. En lo que la Iglesia nos propone. Por la fe el hombre se abandona libremente a Dios. Trata de conocer y hacer la voluntad de Dios.
La Esperanza es la virtud teologal por la que deseamos y esperamos de Dios la vida eterna como nuestra felicidad. Confiamos en las promesas de Cristo. Nos apoyamos en la ayuda del Espíritu Santo para merecerla y perseverar hasta el fin de nuestra vida.
La Caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por a – mor a Dios. Jesús hace de ella el mandamiento nuevo, la plenitud de la Ley.
Los dones del Espíritu Santo son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir las inspiraciones divinas. Son siete: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
El don de sabiduría nos da un conocimiento amoroso de Dios y de las personas y las cosas creadas en cuanto hacen referencia de Él. Está íntimamente unido a la virtud de la caridad. Mediante este don participamos de los mismos sentimientos de Jesucristo. Nos enseña a ver los acontecimientos dentro del plan providencial de Dios.
Mediante el don de entendimiento llegamos a tener un conocimiento más profundo de los misterios de la fe. Es necesario para la plenitud de la vida cristiana. El Espíritu Santo ilumina la inteligencia con una luz poderosísima y le da a conocer con una claridad desconocida hasta entonces el sentido profundo de los misterios de la fe.
El Espíritu Santo mediante el don de consejo perfecciona los actos de la virtud de la prudencia, que se refiere a los medios que se deben emplear en cada situación. Con mucha frecuencia debemos tomar decisiones. En todas ellas tenemos comprometida nuestra santidad. Dios concede el don de consejo para decidir con rectitud y rapidez.
El Espíritu Santo proporciona al alma la fortaleza necesaria para vencer los obstáculos y practicar las virtudes. Nada parece entonces demasiado difícil, no ponemos la con – fianza de modo absoluto en los medios humanos a utilizar sino en la gracia del Señor. El don de fortaleza crece en las dificultades.
El don de ciencia nos hace comprender lo que son las cosas creadas, según el designio de Dios sobre la creación y la elevación al orden sobrenatural. Facilita al hombre compren – der las cosas creadas como señales que llevan a Dios. Nos hace percibir que todo viene de Dios y a Dios se ordena.
El don de piedad tiene como efecto propio el sentido de la filiación divina. Nos mueve a tratar a Dios con la ternura y el afecto de un buen hijo hacia su Padre y a los demás hombres como a hermanos que pertenecen a la misma familia.
Es el temor del hijo que ama al Padre con todo su ser y que no quiere separarse de Él por nada en el mundo. Como lo único que lo puede separar del Padre es el pecado tiene gran horror de éste y si lo comete, una vivísima contrición.
Los frutos del Espíritu Santo son perfecciones plasmadas en nosotros como primicias de la vida eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: Caridad, gozo, paz, paciencia, bondad, longanimidad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad.
El pecado Acoger la misericordia de Dios supone reconocer nuestros pecados. Arrepentirnos de ellos. Con su Palabra y su Espíritu, Dios mismo descubre nuestros pecados. Sitúa nuestra conciencia en la verdad y nos concede la esperanza del perdón.
El pecado es un acto o un deseo contrarios a la Ley eterna. Es una ofensa a Dios. A quien desobedecemos en vez de responder a su Amor. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Cristo revela la gravedad del pecado.
La variedad de pecados es grande. Pueden distinguirse según su objeto o según las virtudes o mandamientos a que se oponen. Pueden referirse a Dios, al prójimo o a nosotros mis – mos. Pueden ser de pensamiento, obra u omisión.
En cuanto a la gravedad, el pecado se distingue en: Pecado mortal. Pecado venial.
Se comete un pecado mortal cuando se dan, al mismo tiempo, materia grave, plena advertencia y deliberado consentimiento. Destruye en nosotros la caridad y nos priva de la gracia. A menos que nos arrepintamos, nos lleva a la muerte eterna del infierno. Se perdona por el Bautismo y la Reconciliación.
El pecado venial se comete cuando la materia es leve. O no se da plena advertencia o perfecto consentimiento. No rompe la alianza con Dios. Debilita la caridad, impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y práctica del bien moral. Merece penas temporales de purificación.
El pecado prolifera en nosotros pues uno lleva a otro. Su repetición genera el vicio.
Los vicios son hábitos perversos que obscurecen la conciencia e inclinan al mal. Los vicios pueden ser referidos a los siete pecados llamados capitales: Soberbia Avaricia Lujuria Ira Gula Envidia y Pereza.
Tenemos responsabilidad en los pecados de los otros cuando cooperamos culpablemente a que se cometan.
Las estructuras de pecado son situaciones o instituciones contrarias a la ley divina, expresión y efecto de los pecados personales.
Presentación en POWER-POINT realizada por Violeta Vázquez para www. oracionesydevociones. info
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