Isabel y Nicols paseaban por la playa Vieron
Isabel y Nicolás paseaban por la playa
Vieron un barco y lo arreglaron
El viento sopló e hizo que el barco volara
Una desconocida habló, era Sidonia, estaba herida y no podía volar
Una cigüeña de alas anchas se acercó. Era Gus, y gritaba más fuerte que el viento: -¡Cuándo se salva a una cigüeña, ya se ha escogido un camino y no se puede parar! Desde lo alto del cielo he visto muchas otras Sidonias heridas. -¡Hay que ayudarlas a volar! – dijo Nicolás. -¡Tienes razón!-replicó Isabel-. ¡Sigámosla!
Unos chicos perseguían a una niña -¡Dejad de tirarle piedras!-gritó Sidonia-. ¡Vais a darle, y hasta puede que en el hombro! -¡Sube, rápido!-gritó Isabel-. La madera de nuestro barco es más fuerte que sus piedras. El casco del barco protegió a la niña. Se llamaba Eloísa.
Vieron a unos hombres trabajando, también trabajaban unos niños minúsculos sin fuerzas y sin edad. Uno de aquellos pequeños ni siquiera capaz de levantar su herramienta. Isabel, Nicolás y Eloísa atraparon al chico con la punta de los dedos. Eloísa le secó la frente y Sidonia acarició con sus plumas la cara de Rachid.
-Pero ¿qué es ese nubarrón que hay en medio del cielo? -preguntó Nico -¡Mirad! –dijo Gus-. Estamos encima de una ciudad gigantesca y todo echa humo: la gente, las casas, las fábricas, los coches… Eloísa empezó a toser. Rachid y Nicolás tosieron y se taparon la nariz. Sidonia también tosió chascando el pico, e Isabel se enfadó: -¿pero es que nadie ve a ese chico que ya no puede respirar? -Ahora me toca actuar a mí-dijo Gus, lanzándose en su ayuda Rachid ayudó al niño a tomar aliento y le dijo: -¡Aprovecha el aire de nuestra vela, Eric!
Llegaron a un lugar del mundo, el planeta era un terrible campo de batalla. Los niños se echaron sobre el fondo del barco, apretados unos contra otros. Sidonia, la cigüeña, se atrevió a asomarse y dijo: -Veo a una mujer que huye… Isabel gritó: -¡Cuidado! Tenemos que protegernos. -¡Imposible! –respondió la cigüeña Tenemos que ayudarla a ella y a su bebé Todas las manos fueron necesarias, incluso las patas de Gus y Sidonia, para que Malia y su pequeña Lira se pusieran por fin a cubierto.
A lo lejos, por fin, vieron una playa. -Podríamos aterrizar-dijo Nicolás -¡No cuidado!-gritó Isabel-. ¡Hay una bruja! -¡No es una bruja, es mi abuela!-dijo Eloísa. Bajó la primera y tranquilizó a todos los viajeros: -Es muy buena y es pescadera Aquella tarde los niños desmontaron el barco. El casco dado la vuelta era un excelente refugio para Malia y su bebé. Isabel y Eric transformaron la vela en una hamaca. Rachid trajo leña para alimentar el fuego. Nicolás instaló una rueda para hacer un secadero de ropa. Las cigüeñas utilizaron otra para construir su nido.
La sopa de pescado estaba buenísima. La abuela había añadido una pizca de algunos de sus secretos y un pez volador para devolver la salud a Sidonia. -Espero que después de esta comida os quedéis mucho tiempo conmigo-dijo la abuela -No puede ser-dijo Nicolás-. Todos tenemos nuestra familia… -Y amigos lejos de aquí-añadió Rachid. Las cigüeñas insistieron: -Y muchos viajes importantes por hacer… -Mirad-dijo Rachid-, con las tablas de esa casa abandonada podríamos fabricar un nuevo barco volador, ¡tres veces, diez veces más grande que el otro! La abuela se levantó y añadió: -Rachid tiene razón. ¡No debéis quedaros en esta playa, sin hacer nada! ¡Os coseré todos mis trapos, mis viejos vestidos y pañuelucos para hacer la vela más grande del mundo!
Con la emoción, Sidonia se lanzó suavemente al cielo de la noche y gritó: -¡Ya está! ¡Por fin puedo volar! ¿Quién quiere subir a mi espalda? Todos sonrieron Al amanecer despegaron. El cielo y la Tierra eran tan inmensos…
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