Gabriela Mistral ANIVERSARIO Todava Miguel me valen como
Gabriela Mistral
ANIVERSARIO Todavía, Miguel, me valen, como al que fue saqueado, el voleo de tus voces, las saetas de tus pasos y unos cabellos quedados, por lo que reste de tiempo y albee de eternidades. Todavía siento extrañeza de no apartar tus naranjas ni comer tu pan sobrado y de abrir y de cerrar por mano mía tu casa. Me asombra el que, contra el logro de Muerte y de matadores, sigas quedado y erguido, caña o junco no cascado y que, llamado con voz o con silencio, me acudas. Todavía no me vuelven marcha mía, cuerpo mío.
Todavía estoy contigo parada y fija en tu trance, detenidos como en puente, sin decidirte tú a seguir, y yo negada a devolverme. Todavía somos el Tiempo, pero probamos ya el sorbo primero, y damos el paso adelantado y medroso. Y una luz llega anticipada de La Mayor que da la mano, y convida, y toma, y lleva. Todavía como en esa mañana de techo herido y de muros humeantes seguirnos, mano a la mano, escarnecidos, robados, y los dos rectos e íntegros. Sin saber tú que vas yéndote, sin saber yo que te sigo, dueños ya de claridades y de abras inefables o resbalamos un campo que no ataja con linderos ni con el término aflige. Y seguirnos, y seguimos, ni dormidos ni despiertos, hacia la cita e ignorando que ya somos arribados. Y del silencio perfecto, y de que la carne falta, la llamada aún no se oye ni el Llamador da su rostro. ¡Pero tal vez esto sea ¡ay! amor mío la dádiva del Rostro eterno y sin gestos y del reino sin contorno! (Del libro Lagar)
BALADA DE MI NOMBRE El nombre mío que he perdido, ¿dónde vive, dónde prospera? Nombre de infancia, gota de leche, rama de mirto tan ligera. De no llevarme iba dichoso o de llevar mi adolescencia y con él ya no camino por campos y por praderas. Llanto mío no conoce y no la quemó mi salmuera; cabellos blancos no me ha visto, ni mi boca con acidia, y no me habla si me encuentra. Pero me cuentan que camina por las quiebras de mi montaña tarde a la tarde silencioso y sin mi cuerpo y vuelto mi alma. Lagar II (1991)
CANCIÓN AMARGA ¡Ay! ¡Juguemos, hijo mío, Y la leche del establo a la reina con el rey! que en la ubre ha de correr, y el manojo de las mieses Este verde campo es tuyo. ¿de quién más podrían ser? ¿De quién más podría ser? Las oleadas de la alfalfa (¡Ay! ¡No es cierto que tiritas para ti se han de mecer. como el Niño de Belén y que el seno de tu madre Este valle es todo tuyo. se secó de padecer!) ¿De quién más podría ser? Para que los disfrutemos —¡Sí! ¡Juguemos, hijo mío, los pomares se hacen miel. a la reina con el rey! (¡Ay! ¡No es cierto que tiritas como el Niño de Belén y que el seno de tu madre se secó de padecer!) El cordero está espesando el vellón que he de tejer, y son tuyas las majadas. ¿De quién más podrían se Ternura
DAME LA MANO (*) A Tasso de Silveira Dame la mano y danzaremos; dame la mano y me amarás. Como una sola flor seremos, como una flor, y nada más. . . El mismo verso cantaremos, al mismo paso bailarás. Como una espiga ondularemos, como una espiga, y nada más. Te llamas Rosa y yo Esperanza; pero tu nombre olvidarás, porque seremos una danza en la colina y nada más. . . (*) Mi compañero el poeta Tasso de Silveira me salvó una estrofa perdida de esta Ronda, la única que tal vez importaba cuidar, y que había sido suprimida por editor o tipógrafo. . . (Nota de la autora) Ternura (1924) Rondas
DESOLACIÓN La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde me ha arrojado la mar en su ola de salmuera. La tierra a la que vine no tiene primavera: tiene su noche larga que cual madre me esconde. El viento hace a mi casa su ronda de sollozos y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito. Y en la llanura blanca, de horizonte infinito, miro morir inmensos ocasos dolorosos. ¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido si más lejos que ella sólo fueron los muertos? ¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto crecer entre sus brazos y los brazos queridos! Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto vienen de tierras donde no están los que son míos; sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos. Y la interrogación que sube a mi garganta al mirarlos pasar, me desciende, vencida: hablan extrañas lenguas y no la conmovida lengua que en tierras de oro mi pobre madre canta.
Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa; miro crecer la niebla como el agonizante, y por no enloquecer no cuento los instantes, porque la noche larga ahora tan sólo empieza. Miro el llano extasiado y recojo su duelo, que vine para ver los paisajes mortales. La nieve es el semblante que asoma a mis cristales; ¡siempre será su albura bajando de los cielos! Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa; siempre, como el destino que ni mengua ni pasa, descenderá a cubrirme, terrible y extasiada. (Tomado del libro Desolación)
BEBER Recuerdo gestos de criaturas me doblé a un pozo y vino un indio y eran gestos de darme el agua. a sostenerme sobre el agua, y mi cabeza, como un fruto, En el Valle de Río Blanco, estaba dentro de sus palmas. en donde nace el Aconcagua, Bebía yo lo que bebía, llegué a beber, salté a beber que era su cara con mi cara, en el fuete de una cascada, y en un relámpago yo supe que caía crinada y dura carne de Mitla ser mi casta. y se rompía yerta y blanca. Pegué mi boca al hervidero, En la Isla de Puerto Rico, y me quemaba el agua santa, a la siesta de azul colmada, y tres días sangró mi boca mi cuerno quieto, las olas locas, de aquel sorbo del Aconcagua. y como cien madres las palmas, rompió una niña por donaire En el campo de Mitla, un día junto a mi boca un coco de agua, de cigarras, de sol, de marcha, y yo bebí, como una hija,
agua de madre, agua de palma. Y más dulzura no he bebido con el cuerno ni con el alma. A la casa de mis niñeces mi madre me traía el agua. Entre un sorbo y el otro sorbo la veía sobre la jarra. La cabeza más se subía y la jarra más se abajaba. Todavía yo tengo el valle, tengo mi sed y su mirada. Será esto la eternidad que aún estamos como estábamos. Recuerdo gestos de criaturas y eran gestos de darme el agua. Ternura
DEVUE LTO A la cara de mi hijo que en la noche no tengo que duerme, bajan hijo ni nada, arenas de las dunas, madre ciega de sombra, flor de la caña madre robada. y la espuma que vuela de la cascada. . . Hasta que el sol bendito al fin lo baña: Y es sueño nada más me lo devuelve en linda cuanto le baja; fruta mondada sueño cae a su boca, ¡y me lo pone entero sueño a su espalda, sobre la falda! y me roban su cuerpo Ternura (1924) La desvariadora junto con su alma. Y así lo van cubriendo con tanta maña,
HIMNO AL ÁRBOL Árbol hermano, que clavado haz que revele mi presencia, por garfios pardos en el suelo, en las praderas de la vida, la clara frente has elevado mi suave y cálida influencia en una intensa sed de cielo; de criatura bendecida. hazme piadoso hacia la escoria Árbol diez veces productor: de cuyos limos me mantengo, el de la poma sonrosada, sin que se duerma la memoria el del madero constructor, del país azul de donde vengo. el de la brisa perfumada, Árbol que anuncias al viandante el del follaje amparador; la suavidad de tu presencia el de las gomas suavizantes con tu amplia sombra refrescante y las resinas milagrosas, y con el nimbo de tu esencia: pleno de brazos agobiantes la suavidad de tu presencia y de gargantas melodiosas: con tu amplia sombra refrescante y con el nimbo de tu esencia: hazme en el dar un opulento
¡para igualarte en lo fecundo, que dio a los mármoles helenos el corazón y el pensamiento su soplo de divinidad. se me hagan vastos como el mundo! Árbol que no eres otra cosa que dulce entraña de mujer, Y todas las actividades pues cada rama mece airosa no lleguen nunca a fatigarme: en cada leve nido un ser: ¡las magnas prodigalidades salgan de mí sin agotarme! dame un follaje vasto y denso, tanto como han de precisar Árbol donde es tan sosegada los que en el bosque humano, inmenso, la pulsación del existir, rama no hallaron para hogar. y ves mis fuerzas la agitada fiebre del mundo consumir: Árbol que donde quiera aliente tu cuerpo lleno de vigor, hazme sereno, levantarás eternamente de la viril serenidad el mismo gesto amparador:
haz que a través de todo estado —niñez, vejez, placer, dolor— levante mi alma un invariado y universal gesto de amor! Ternura (1924) Casi escolares
NIÑO SOLO A Sara Hübner Como escuchase un llanto, me paré en el repecho y me acerqué a la puerta del rancho del camino. Un niño de ojos dulces me miró desde el lecho ¡y una ternura inmensa me embriagó como un vino! La madre se tardó, curvada en el barbecho; el niño, al despertar, buscó el pezón de rosa y rompió en llanto. . . Yo lo estreché contra el pecho, y una canción de cuna me subió, temblorosa. Por la ventana abierta la luna nos miraba. El niño ya dormía, y la canción bañaba, como otro resplandor, mi pecho enriquecido. Y cuando la mujer, trémula, abrió la puerta, me vería en el rostro tanta ventura cierta ¡que me dejó el infante en los brazos dormido! (Tomado del libro Desolación)
PATAGONIA , LA LEJANA A la Patagonia llaman ni así de sustentadora sus hijos la Madre Blanca. y misteriosa y callada. Dicen que Dios no la quiso ¡Qué Madre dulce te dieron, por lo yerta y lo lejana, Patagonia, la lejana! y la noche que es su aurora Sólo sabida del Padre y su grito en la venteada Polo Sur, que te declara, por el grito de su viento, que te hizo, y que te mira por su hierba arrodillada de eterna y mansa mirada. y porque la puebla un río de gentes aforesteradas. Oye mentir a los tontos y suelta tu carcajada. Hablan demás los que nunca Yo me la viví y la llevo tuvieron Madre tan blanca, en potencias y en mirada. y nunca la verde Gea fue así de angélica y blanca —Cuenta, cuenta, mama mía, ni así de sustentadora ¿es que era cosa tan rara?
Cuéntala aunque sea yerta Es una niña en el gajo y del viento castigada. y en el herbazal, matriarca. Hierba, hierba sólo Te voy a contar su hierba niña hierba arrodillada, que no se cansa ni acaba, hierba que teme y suspira, tendida como una madre y que canta así postrada. de cabellera soltada y ondulando silenciosa, Pequeñita hierba niña aunque llena de palabras. voz de niña balbuceada. La brisa la regodea Dulce y ancho es su fervor y el loco viento la alza. y su voz es balbuceada. No hay niña como la hierba El oscuro cielo mira en abajar bulto y hablas y oye a su hija arrodillada, cuando va llegando el puelche ya no son huertas sensuales, como gente amotinada, mimadas y cortesanas, y silba y grita y aúlla, locas de color y olor vuelto solamente su alma. y borrachas de palabras,
ya sólo es Niña la Hierba, Sólo hierba, sólo ella Ángel la Hierba, nonada, y su infinita palabra. una ondulación divina y su alma balbuceada. Las mujeres le olvidaron la voz pequeña y quedada, Niña la hierba, doncella el siseo innumerable la hierba, corta palabra, y la sílaba quedada. dos turnos no más y el mismo subir y ser abajada. Hierba del aire querida, Un solo y largo temblor pero hierba apenas siseada. mientras cruza aquel que mata Pase el viento, escape el viento, y el viento loco que se alza quiero oír a la postrada. y dobla por bufonada. La oveja le dice Madre, Cánsese el viento, sosiegue el viento le dice Amada. el cacique de las landas. Yo no te quise doblar Sienta su temblor de niña con dedos ni con guadaña. y duérmase en la llanada.
Yo esperaba que callases, Calla, para, estás rendido Arcángel de manos alzadas, como está rendida mi alma. para escucharle el respiro Viento patagón, la hierba de niña que gime o canta. que tú hostigas nunca matas. Hierba al Norte, al Sur, al Este, Pasta la oveja infinita, y la oveja atarantada de tu grito atribulada que la canta y que la mata. y una cubro con mi cuerpo y parezco, así, doblada, Hierba inmensa y desvalida, una mujer insensata sólo silencio y espaldas, que ama a los dos, trascordada. palpitador reino vivo, Patagonia verde o blanca, Todo lo quiere arrasar con un viento de blasfemia el Holofernes que pasa. y compunción cuando calla, A la vez ama y detesta patria que alabo con llanto. como el hombre de dos almas y en el turno que le dieron Verde patria que me llama agobia y abate o alza. con largo silencio de ángel
y una infinita plegaria y un grito que todavía escuchan mi cuerpo y mi alma. (Del libro Poema de Chile)
RONDA DE LOS COLORES Azul loco y verde loco él salta como un campeón. del lino en rama y en flor. Mareando de oleadas Bailan uno tras el otro, baila el lindo azuleador. no se sabe cuál mejor, y los rojos bailan tanto Cuando el azul se deshoja, que se queman en su ardor. sigue el verde danzador: verde-trébol, verde-oliva ¡Vaya locura! y el gayo verde-limón. ¡Vaya el Color! ¡Vaya hermosura! El amarillo se viene ¡Vaya el Color! grande y lleno de fervor y le abren paso todos Rojo manso y rojo bravo como viendo a Agamenón. —rosa y clavel reventón—. A lo humano y lo divino Cuando los verdes se rinden, baila el santo resplandor:
aromas gajos dorados y el azafrán volador. ¡Vaya delirio! ¡Vaya el Color! Y por fin se van siguiendo al pavo-real del sol, que los recoge y los lleva como un padre o un ladrón. Mano a mano con nosotros todos eran, ya no son: ¡El cuento del mundo muere al morir el Contador! Ternura (1924) Rondas
INTERROGACIONES ¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas? ¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas, las lunas de los ojos albas y engrandecidas, hacia un ancla invisible las manos orientadas? ¿O Tú llegas después que los hombres se han ido, y les bajas el párpado sobre el ojo cegado, acomodas las vísceras sin dolor y sin ruido y entrecruzas las manos sobre el pecho callado? El rosal que los vivos riegan sobre su huesa ¿no le pinta a sus rosas unas formas de heridas? ¿No tiene acre el olor, sombría la belleza y las frondas menguadas de serpientes tejidas? Y responde, Señor: Cuando se fuga el alma por la mojada puerta de las largas heridas, ¿entra en la zona tuya hendiendo el aire en calma o se oye un crepitar de alas enloquecidas? ¿Angosto cerco lívido se aprieta en torno suyo? ¿El éter es un campo de monstruos florecido? ¿En el pavor no aciertan ni con el nombre tuyo? ¿O van gritando sobre tu corazón dormido?
¿No hay un rayo de sol que los alcance un día? ¿No hay agua que los lave de sus estigmas rojos? ¿Para ellos solamente queda tu entraña fría, sordo tu oído fino y apretados tus ojos? Tal el hombre asegura, por error o malicia; mas yo, que te he gustado, como un vino, Señor, mientras los otros siguen llamándote Justicia, ¡no te llamaré nunca otra cosa que Amor! Yo sé que como el hombre fue siempre zarpa dura; la catarata, vértigo; aspereza, la sierra. ¡Tú eres el vaso donde se esponjan de dulzura los nectarios de todos los huertos de la Tierra! Desolación (1922) Dolor
EL PAPAGAYO El papagayo verde y amarillo, el papagayo verde y azafrán, me dijo «fea» con su habla gangosa y con su pico que es de Satanás. Yo no soy fea, que si fuese fea, fea es mi madre parecida al sol, fea la luz en que mira mi madre y feo el viento en que pone su voz, y fea el agua en que cae su cuerpo y feo el mundo y El que lo crió. El papagayo verde y amarillo el papagayo verde y tornasol, me dijo «fea» porque no ha comido y el pan con vino se lo llevo yo, que ya me voy cansando de mirarlo siempre colgado y siempre tornasol. (Del libro Ternura)
LA EXTRANJERA A Francis de De Miomandre — «Habla con dejo de sus mares bárbaros, con no sé qué algas y no sé qué arenas; reza oración a dios sin bulto y peso, envejecida como si muriera. En huerto nuestro que nos hizo extraño, ha puesto cactus y zarpadas hierbas. Alienta del resuello del desierto y ha amado con pasión de que blanquea, que nunca cuenta y que si nos contase sería como el mapa de otra estrella. Vivirá entre nosotros ochenta años, pero siempre será como si llega, hablando lengua que jadea y gime y que le entienden sólo bestezuelas. Y va a morirse en medio de nosotros, en una noche en la que más padezca, con sólo su destino por almohada, de una muerte callada y extranjera» . (Del libro Tala)
LA FUGA Madre mía, en el sueño ando por paisajes cardenosos: un monte negro que se contornea siempre, para alcanzar el otro monte; y en el que sigue estás tú vagamente, pero siempre hay otro monte redondo que circundar, para pagar el paso al monte de tu gozo y de mi gozo. Mas, a trechos tú misma vas haciendo el camino de burlas y de expolio. Vamos las dos sintiéndonos, sabiéndonos, mas no podemos vernos en los ojos, y no podemos trocarnos palabra, cual la Eurídice y el Orfeo solos, las dos cumpliendo un voto o un castigo, ambas con pies y con acento rotos. Pero a veces no vas al lado mío: te llevo en mí, en un peso angustioso y amoroso a la vez, como pobre hijo galeoto a su padre galeoto, y hay que enhebrar los cerros repetidos, sin decir el secreto doloroso:
que yo te llevo hurtada a dioses crueles y que vamos a un Dios que es de nosotros. Y otras veces ni estás cerro adelante, ni vas conmigo, ni vas en mi soplo: te has disuelto con niebla en las montañas, te has cedido al paisaje cardenoso. Y me das unas voces de sarcasmo desde tres puntos, y en dolor me rompo, porque mi cuerpo es uno, el que me diste, y tú eres un agua de cien ojos, y eres un paisaje de mil brazos, nunca más lo que son los amorosos: un pecho vivo sobre un pecho vivo, nudo de bronce ablandado en sollozo. Y nunca estamos, nunca nos quedamos, como dicen quedan los gloriosos,
delante de su Dios, en dos anillos de luz, o en dos medallones absortos, ensartados en un rayo de gloria o acostados en un cauce de oro. O te busco, y no sabes que te busco, o vas conmigo, y no te veo el rostro; o en mi tú vas, en terrible convenio, sin responderme con tu cuerpo sordo, siempre por el rosario de los cerros, que cobran sangre por entregar gozo, y hacen danzar en torno a cada uno, ¡hasta el momento de la sien ardiendo, del cascabel de la antigua demencia y de la trampa en el vórtice rojo! (Del libro Tala)
RONDA DE SEGADORAS Columpiamos el santo perfil del pan, voleando la espiga de Canaán. Los brazos segadores se vienen y se van. La tierra de Argentina tiembla de pan. A pan segado huele el pecho del jayán a pan su padrenuestro, su sangre a pan. Alcanza a la cintura el trigo capitán. Los brazos segadores los lame el pan. El silbo de las hoces es único refrán, y el fuego de las hoces no quema al pan. Matamos a la muerte que baja en gavilán, braceando y cantando la ola del pan. (Del libro Ternura)
ARROLLO ELQUINO En la falda yo me tengo Tanta gente y caballada una cosa de pasmar: en el patio y el corral niña de algodón en rama, por un bulto con un llanto, copo de desbaratar, y una faja, y un puñal. cabellitos de vilanos y bracitos sin cuajar. Elquinada novedosa, resonando de metal; Vienen gentes de Paihuano que se sienten en redondo y el «mismísimo» Coguaz como en era de trillar. por llevarse novedades en su lenguaraz. Que la miren embobados, —ojos vienen y ojos van— Y no tiene todavía y le pongan en hileras la que llegan a buscar pasas, queso, uvate, sal. ni bautismo que le valga ni su nombre de vocear. Y después que la respiren
y la toquen como el pan, ¡Ah!, ¡ah!, que se vuelvan y nos dejen ¡viejo torno de girar! en «compaña» y soledad. ¡Siete años todavía gira, gira y girarás! Con las lunas de milagro, con los cerros de metal, (Del libro Ternura) con las luces, y las sombras, y las nieblas de soñar. Me la tengo todavía siete años de encañar. ¡Madre mía, me la tengo de tornearía y rematar! ¡Ah!, ¡ah!, ¡viejo torno de girar! ¡Siete años todavía gira, gira y girarás!
SONETOS DE LA MUERTE I Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada. Que he de dormirme en ella los hombres no supieron, y que hemos de soñar sobre la misma almohada. Te acostaré en la tierra soleada con una dulcedumbre de madre para el hijo dormido, y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna al recibir tu cuerpo de niño dolorido. Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas, y en la azulada y leve polvareda de luna, los despojos livianos irán quedando presos. Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna bajará a disputarme tu puñado de huesos! II Este largo cansancio se hará mayor un día, y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir arrastrando su masa por la rosada vía, por donde van los hombres, contentos de vivir. Sentirás que a tu lado cavan briosamente, que otra dormida llega a la quieta ciudad. Esperaré que me hayan cubierto totalmente. . . ¡y después hablaremos por una eternidad! Sólo entonces sabrás el por qué no madura para las hondas huesas tu carne todavía, tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir. Se hará luz en la zona de los sinos, oscura; sabrás que en nuestra alianza signo de astros había y, roto el pacto enorme, tenías que morir. III Malas manos tomaron tu vida desde el día en que, a una señal de astros, dejara su plantel
en que, a una señal de astros, dejara su plantel nevado de azucenas. En gozo florecía. Malas manos entraron trágicamente en él. . . Y yo dije al Señor: — «Por las sendas mortales le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar! ¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales o le hundes en el largo sueño que sabes dar! ¡No le puedo gritar, no le puedo seguir! Su barca empuja un negro viento de tempestad. Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor» . Se detuvo la barca rosa de su vivir. . . ¿Que no sé del amor, que no tuve piedad? ¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor? (Tomado del libro Desolación)
TODAS HÍBAMOS A SER REINAS Todas íbamos a ser reinas, y batas claras de percal, de cuatro reinos sobre el mar: persiguiendo tordos huidos Rosalía con Efigenia en la sombra del higueral. y Lucila con Soledad. De los cuatro reinos, decíamos, En el Valle de Elqui, ceñido indudables como el Korán, de cien montañas o de más, que por grandes y por cabales que como ofrendas o tributos alcanzarían hasta el mar. arden en rojo y azafrán. Cuatro esposos desposarían, Lo decíamos embriagadas, por el tiempo de desposar, y lo tuvimos por verdad, y eran reyes y cantadores que seríamos todas reinas como David, rey de Judá. y llegaríamos al mar. Y de ser grandes nuestros reinos, Con las trenzas de los siete años, ellos tendrían, sin faltar,
Soledad crió siete hermanos mares verdes, mares de algas, y su sangre dejó en su pan, y el ave loca del faisán. y sus ojos quedaron negros de no haber visto nunca el mar. Y de tener todos los frutos, árbol de leche, árbol del pan, En las viñas de Montegrande, el guayacán no cortaríamos con su puro seno candeal, ni morderíamos metal. mece los hijos de otras reinas y los suyos no mecerá. Todas íbamos a ser reinas, y de verídico reinar; Efigenia cruzó extranjero pero ninguna ha sido reina en las rutas, y sin hablar, ni en Arauco ni en Copán. le siguió, sin saberle nombre, porque el hombre parece el mar. Rosalía besó marino ya desposado con el mar, Y Lucila, que hablaba a río, y al besador, en las Guaitecas, a montaña y cañaveral se lo comió la tempestad. en las lunas de la locura
recibió reino de verdad. En las nubes contó diez hijos y en los salares su reinar, en los ríos ha visto esposos y su manto en la tempestad. Pero en el Valle de Elqui, donde son cien montañas o son más, cantan las otras que vinieron y las que vienen cantaran: — «En la tierra seremos reinas, y de verídico reinar, y siendo grandes nuestros reinos, llegaremos todas al mar» . (Del libro Tala)
LA MAESTRA RURAL A Federico de Onís La Maestra era pura. «Los suaves hortelanos» , decía, «de este predio, que es predio de Jesús han de conservar puros los ojos y las manos, guardar claros sus óleos, para dar clara luz» . La Maestra era pobre. Su reino no es humano. (Así en el doloroso sembrador de Israel. ) Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano ¡y era todo su espíritu un inmenso joyel! La Maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida! Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad. Por sobre la sandalia rota y enrojecida, tal sonrisa, la insigne flor de su santidad. ¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso, largamente abrevaba sus tigres el dolor. Los hierros que le abrieron el pecho generoso ¡más anchas le dejaron las cuencas del amor! ¡Oh, labriego, cuyo hijo de su labio aprendía
el himno y la plegaria, nunca viste el fulgor del lucero cautivo que en sus carnes ardía: pasaste sin besar su corazón en flor! Campesina, ¿recuerdas que alguna vez prendiste su nombre a un comentario brutal o baladí? Cien veces la miraste, ninguna vez la viste ¡y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de ti! Pasó por él su fina, su delicada esteva, abriendo surcos donde alojar perfección. La albada de virtudes de que lento se nieva es suya. Campesina, ¿no le pides perdón? Daba sombra por una selva su encina hendida el día en que la muerte la convidó a partir. Pensando en que su madre la esperaba dormida a La de Ojos Profundos se dio sin resistir. Y en su Dios se ha dormido, como en cojín de luna; almohada de sus sienes, una constelación; canta el Padre para ella sus canciones de cuna ¡y la paz llueve largo sobre su corazón! Como un henchido vaso, traía el alma hecha para volcar aljófares sobre la humanidad; y era su vida humana la dilatada brecha
que suele abrirse el Padre para echar claridad. Por eso aún el polvo de sus huesos sustenta púrpura de rosales de violento llamear. ¡Y el cuidador de tumbas, cómo aroma, me cuenta, las plantas del que huella sus huesos, al pasar! (Tomado del libro Desolación)
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