Da 11 de Octubre San Juan XXIII fue
Día 11 de Octubre
San Juan XXIII fue un papa, cuya vida y actividad estuvieron llenas de una singular humanidad. Se esforzó en manifestar la caridad cristiana hacia todos y trabajó por la unión fraterna de los pueblos. Solícito por la eficacia pastoral de la Iglesia de Cristo en toda la tierra, convocó el Concilio Ecuménico Vaticano II.
Nació el día 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y provincia de Bérgamo (Italia). Era el cuarto de los trece hijos de Battista Roncalli y Marianna Mazzola. Era una familia campesina, de profunda raigambre cristiana.
Ese mismo día fue bautizado, con el nombre de Ángelo Giuseppe, siendo padrino el tío Zaverio, que era hermano del abuelo Ángelo. A su tío Zaverio atribuirá él mismo su primera y fundamental formación religiosa. El tío Zaverio
La familia Roncalli tenía fama de gran religiosidad y los hijos fueron educados en el ejemplo y disciplina familiares: Rosario y oración en familia, amor y concordia que acompañaban el duro trabajo en el campo. Era una familia humilde y pobre, pero que contaba con una gran riqueza, un gran tesoro: la fe, el amor, la caridad, la absoluta confianza en la Providencia de Dios y la oración diaria. El futuro Papa reconoció siempre el valor de estas virtudes que aprendió y adquirió en el seno de su familia.
En aquel tiempo, en la escuela de Sotto il Monte únicamente se cursaban los tres primeros cursos de la enseñanza elemental y a los diez años los hijos de los campesinos empezaban a trabajar en el campo y a ayudar en las tareas domésticas. Pero con Ángelo se hizo una excepción: en vista de su profunda pasión por el estudio pudo seguir estudiando, primero privadamente a las órdenes del párroco de Carvico y posteriormente en el Colegio de Celana, para finalizar sus estudios elementales y empezar los primeros estudios de Latín.
En otoño de 1893, con 12 años, ingresó en el Seminario de Bérgamo y fue admitido en el tercer curso de los estudios superiores. Su vocación sacerdotal era natural desde su niñez y siendo Pontífice diría que "nunca había dudado que ser sacerdote era lo que la vida le tenía reservado". Allí entró gracias a la ayuda económica del párroco Rebuzzini y de Giovanni Morlani, propietario de las tierras que cultivaban los Roncalli.
En el seminario de Bérgamo estudió hasta el segundo año de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes espirituales, que escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el «Diario del alma» . El 1 de marzo de 1896 el director espiritual del seminario de Bérgamo lo admitió en la Orden franciscana seglar, cuya Regla profesó el 23 de mayo de 1897.
A causa de su capacidad intelectual y moral, en 1901 fue enviado a Roma para seguir sus estudios como alumno del Seminario Romano dell'Apollinare. En un clima de apertura e innovación cultural, dice de la formación intelectual impartida por el Seminario Romano: “daba discretas alas a nuestra juventud y coraje para alcanzar grandes horizontes”.
En 1901 -1902 pidió el servicio militar anticipado, sacrificándose en el lugar de su hermano Zaverio, el cual era indispensable en casa y para trabajar en el campo. Fue un gran purgatorio. “Aún así -escribíasiento que el Señor, con su Providencia, se encuentra a mi lado”.
El 10 de agosto de 1904 fue ordenado sacerdote en la basílica de Santa María de Monte Santo, en la Piazza del Popolo.
Celebró su primera misa en la basílica de San Pedro el 11 de agosto de 1904, al día siguiente de ser ordenado sacerdote, cerca de la tumba del Apóstol.
Ese mismo día terminó con un hecho feliz. En medio de la multitud de peregrinos, Ángelo se encontró con el Papa, san Pío X, y lo presentaron al Pontífice con estas palabras: "Santidad, éste es un joven sacerdote que esta mañana ha celebrado su primera misa". El Papa se le acercó y le dijo: "Muy bien, le animo a hacer honor a sus buenos propósitos". Después el Papa dio unos pasos hacia otros peregrinos pero enseguida se volvió a él y le preguntó: "¿Y cuándo celebrará la primera misa en su pueblo? ". Ángelo respondió: "Para la Asunción, Santo Padre". El Papa respondió: «Deseo que sea una gran fiesta» .
Así fue, el 15 de agosto de 1904 Sotto il Monte recibió al joven sacerdote para la Primera Santa Misa. Tras la lectura del Evangelio Ángelo subió al púlpito para realizar su primer sermón. A sus pies, escondido, estaba el sacristán, que tenía que avisarle si sus palabras eran demasiado difíciles para los feligreses. Ciertamente, después de tantos años de estudio, Don Ángelo no quería correr el riesgo de no ser comprendido por sus paisanos. Como el sacristán no intervenía, Don Ángelo hizo una pausa y le miro. "Venga, Padre Ángelo", murmuró el sacristán, «todo se entiende. ¡Es tan claro como el agua!» .
En 1905, fue nombrado secretario del obispo de Bérgamo, Giacomo Radini-Tedeschi, un pastor impulsado por un fuerte compromiso por los desamparados. En el año siguiente se le encargó la enseñanza de Historia y Patrología en el seminario de Bérgamo. Ocupó estos puestos hasta la muerte de «su» obispo, como siempre recordaría a Radini-Tedeschi, acaecida en 1914.
Tras la muerte de Mons. Radini Tedeschi, en 1914, don Ángelo prosiguió su ministerio sacerdotal dedicado a la docencia en el seminario y al apostolado, sobre todo entre los miembros de las asociaciones católicas.
En 1915, cuando Italia entró en guerra, fue llamado como sargento sanitario y nombrado capellán militar de los soldados heridos que regresaban del frente. Al final de la guerra abrió la «Casa del estudiante» y trabajó en la pastoral de estudiantes. En 1919 fue nombrado director espiritual del seminario.
En 1921 empezó la segunda parte de la vida de don Ángelo Roncalli, dedicada al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV como presidente para Italia del Consejo central de las Obras pontificias para la Propagación de la fe, recorrió muchas diócesis de Italia organizando círculos de misiones.
El 19 de marzo de 1925 Monseñor Ángelo Giuseppe Roncalli fue consagrado obispo en San Carlo al Corso, Roma, y nombrado Visitador Apostólico de Bulgaria. Su lema episcopal, programa que lo acompañó durante toda la vida, era: «Obediencia y paz» , divisa que tomó del cardenal Caesar Baronius, de quien había escrito un libro y a quien consideraba modelo de obispo.
Sufrió mucho a causa de la difícil situación social, política y religiosa de este país. Pero gracias a su simpatía, su simplicidad, su bondad de corazón y su inteligencia consiguió conquistar a la gente. Es suficiente con mencionar su programa referente a la relación con la Iglesia Ortodoxa, expresado en el primer discurso: “No es suficiente alimentar sentimientos cordiales hacia nuestros hermanos separados: si realmente los amas, dales buen ejemplo y transforma tu amor en acción”.
En Bulgaria, realizó su labor apostólica visitando las comunidades católicas y estableciendo relaciones de respeto y estima con otras comunidades cristianas, en especial con la Iglesia Ortodoxa. Su labor fue tan fructífera que se le designó delegado apostólico para Bulgaria el 16 de octubre de 1931.
En Bulgaria permaneció hasta 1935. Visitó las comunidades católicas y cultivó relaciones respetuosas con las demás comunidades cristianas. Actuó con gran solicitud y caridad, aliviando los sufrimientos causados por el terremoto de 1928. Sobrellevó en silencio las incomprensiones y dificultades de un ministerio marcado por la táctica pastoral de pequeños pasos. Afianzó su confianza en Jesús crucificado y su entrega a él.
En 1935 fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Era un vasto campo de trabajo. La Iglesia católica tenía una presencia activa en muchos ámbitos de la joven república, que se estaba renovando y organizando. Mons. Roncalli trabajó con intensidad al servicio de los católicos y destacó por su diálogo y talante respetuoso con los ortodoxos y con los musulmanes.
Durante la Segunda Guerra Mundial se destacó por socorrer a miles de judíos de la persecución nazi mediante el «visado de tránsito» .
Desde Estambul, atendió los asuntos relativos a ambos países y estableció una oficina para localizar a los prisioneros de guerra. Por cuestiones territoriales, Grecia estaba en conflicto constante con Turquía, y mantenía una mala relación con la Iglesia católica. Angelo Roncalli fue quien introdujo la lectura del Evangelio en turco, y logró acortar las distancias entre la Santa Sede y las jerarquías ortodoxa y musulmana.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Roncalli se mantuvo firme en su puesto de delegado apostólico, realizando innumerables viajes desde Atenas y Estambul, llevando palabras de consuelo a las víctimas de la contienda y procurando que los estragos producidos por ella fuesen mínimos. Pocos saben que si Atenas no fue bombardeada y todo su fabuloso legado artístico y cultural destruido, ello se debe a este en apariencia insignificante cura, amable y abierto, consiguiendo que Atenas fuera una "ciudad neutral" igual que Roma.
En diciembre de 1944 Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París. Allí permaneció hasta 1953. Contribuyó a normalizar la organización eclesiástica en Francia, desestabilizada por los obispos acusados de colaborar con los alemanes. Gracias a su cortesía, sencillez, buen humor y amabilidad pudo resolver los problemas y conquistar el corazón de los franceses y de todo el Cuerpo diplomático.
Durante los últimos meses del conflicto mundial, y una vez restablecida la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y trabajó en la normalización de la vida eclesiástica en Francia. Visitó los grandes santuarios franceses y participó en las fiestas populares y en las manifestaciones religiosas más significativas. Fue un observador atento, prudente y lleno de confianza en las nuevas iniciativas pastorales del episcopado y del clero de Francia.
Se distinguió siempre por su búsqueda de la sencillez evangélica, incluso en los asuntos diplomáticos más intrincados. Procuró actuar como sacerdote en todas las situaciones. Animado por una piedad sincera, dedicaba todos los días largo tiempo a la oración y la meditación.
En los años en los que permanece en París, el Nuncio conquistará Francia mediante su acogedora amabilidad, su comportamiento modesto y su caridad que abarca a todos sin hacer diferencias, así que llega a declarar abiertamente: "A menudo me encuentro más a gusto entre ateos o comunistas que entre algunos católicos fanáticos y fundamentalistas". Cuando Mons. Roncalli deja Francia a principios de 1953, tras ser nombrado Patriarca de Venecia, lleva toda la simpatía del pueblo francés.
El 12 de enero de 1953 el papa Pío XII lo creó cardenal, siendo designado tres días después como patriarca de la diócesis de Venecia. Durante los seis años en que permaneció en ese cargo, tuvo un desempeño esencialmente pastoral, impulsando el sínodo diocesano.
Como patriarca de Venecia, solía navegar por los canales de la ciudad sin la vestimenta de cardenal, y detenerse para hablar con los gondoleros, las prostitutas y menesterosos, quienes le contaban sus problemas. Su forma de ejercicio del poder se caracterizó por el servicio y el perdón.
El programa de su servicio pastoral, manifestado en la primera homilía en San Marco, muestra su espíritu. Dijo a los venecianos: “Quiero ser vuestro hermano, amable, cercano, comprensivo”. No compró ninguna barca ni ninguna góndola como era tradicional en el Patriarca de Venecia, sino que utilizaba el transporte público.
Los venecianos le bautizan pronto como "el descanso tras el huracán", tomando el relevo del Patriarca Agostani, hombre austero y cerrado, asceta y trabajador infatigable. A la edad de 72 años comienza una nueva etapa para el Cardenal Roncalli y él piensa que es la última.
En Venecia sigue con su apostolado ecuménico, buscando contactos con los "hermanos separados" y participando cada año en la Novena para la Unidad de las iglesias cristianas con homilías y charlas. Comparte la amistad y el trabajo con los obispos cercanos, como con Mons Montini (Pablo VI), arzobispo de Milán, a quien haría cardenal, el primero.
El nuevo Patriarca vive de una manera modesta, sin lujo, ni formalismo; de vez en cuando se le ve en las calles, acompañado sólo por su secretario, y se dedica a dar grandes paseos, parándose a hablar conocidos y desconocidos por igual, tratando de hablar en dialecto veneciano y ofreciendo su amistad a los gondoleros.
Cuando salía de Venecia participar en el cónclave, no se llevó ningún documento personal, ni siquiera su testamento personal que otras veces había puesto en clara evidencia": El Patriarca Roncalli se marcha a Roma tranquilo, un "paréntesis" antes de volver a Venecia, donde piensa haber encontrado ya su lugar propio de trabajo y de descanso a su debido tiempo, tras tanto peregrinar por el mundo. Pero la Divina Providencia todavía tiene una vez más algo diferente preparado para él.
Después del largo pontificado de su predecesor Pío XII, los cardenales parecieron escoger un papa de transición a causa de su avanzada edad y de su modestia personal.
El 28 de octubre de 1958, en el cuarto día del cónclave y contando con casi 77 años, Roncalli fue elegido papa ante la sorpresa de todo el mundo. Escogió el nombre de Juan (nombre de su padre y del patrón de su pueblo natal, aunque escogió este nombre en razón de Juan el Bautista y Juan el Evangelista).
En seguida empezó una nueva forma de hacer de Papa, movido por su fe y por su temperamento alegre. Su pontificado, que duró menos de cinco años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del buen Pastor.
Fijado claramente el programa de su acción pontificia, Juan XXIII empieza por las cosas pequeñas que, más que todas, ponen en evidencia su estilo. Elimina la prohibición de toda presencia humana durante sus paseos por los jardines vaticanos, incluso le gusta hablar con los jardineros, soldados suizos, albañiles… Igualmente a la mesa del papa Juan se sientan habitualmente prelados y amigos.
Para muchos se le tiene a Juan XXIII como un Papa abuelito, bonachón. Pero no es una imagen que explique totalmente la personalidad de Ángelo Roncalli. Siendo bueno, era también un hombre de gran cultura y capaz de tomar decisiones que iban a marcar profundamente la vida de la Iglesia. Sería una grave equivocación limitarse a ver a Juan XXIII como un papa de una exquisita bondad y buen humor, sin tener en cuenta su amplia personalidad.
Fue el primer Papa, desde 1870, que ejerció su ministerio de obispo de Roma visitando personalmente las parroquias de su Diócesis. El 4 de octubre de 1962, una semana antes del Concilio, el papa Juan peregrinó en tren a Loreto y a Asís para orar y hacer orar por el Concilio que se iba a celebrar.
En seguida empezó una nueva forma de hacer de Papa, movido por su fe y por su temperamento alegre. Al cabo de dos meses de haber sido elegido, dió ejemplo de obras de misericordia: por Navidad visitó los niños enfermos de los hospitales Espíritu Santo y Niño Jesús; al día siguiente fue a visitar los prisioneros de la cárcel Regina Coeli.
Durante su trayectoria apostólica, había dado fe de su espíritu abierto e innovador. Por eso cree que la renovación de la Iglesia debe ser total, la institución debe ser ahora capaz de transmitir el Evangelio de modo acorde a los nuevos tiempos, buscar la unidad de las Iglesias cristianas y abrirse al mundo a través del diálogo.
En su primera medida de gobierno vaticano, que le enfrentó con el resto de la curia, redujo los altos estipendios (y la vida de lujo que, en ocasiones, llevaban los obispos y cardenales). Asimismo, dignificó las condiciones laborales de los trabajadores del Vaticano, que hasta ese momento carecían de muchos de los derechos de los trabajadores de Europa, y además retribuidos con bajos salarios. Por primera vez en la historia nombra cardenales indios y africanos.
El 1 de marzo de 1963 recibe el premio internacional Balzan por la paz en reconocimiento de su intensa actividad para evitar los conflictos y su tarea de mostrar a la humanidad los caminos para conseguir la convivencia pacífica.
En sus cinco años como Papa, el mundo entero pudo ver en él una imagen auténtica del Buen Pastor. Humilde y atento, decidido y valiente, sencillo y activo, practicó los gestos cristianos de las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, acogiendo a personas de cualquier nación y credo, comportándose con todos con un admirable sentido de paternidad.
Era llamado «el papa bueno» , aunque fue criticado por los sectores más conservadores de la Iglesia. Lo sostenía un profundo espíritu de oración; siendo el iniciador de la renovación de la Iglesia, irradiaba la paz de quien confía siempre en el Señor. Se lanzó decididamente por los caminos de la evangelización, del ecumenismo, del diálogo con todos, teniendo la preocupación paternal de llegar a sus hermanos e hijos más afligidos.
Su magisterio social en las encíclicas Mater et Magistra y Pacem in terris fue profundamente apreciado. En ambas pastorales se insiste sobre los derechos y deberes derivados de la dignidad del hombre como criatura de Dios.
El 11 de abril de 1963, Jueves Santo, el papa Roncalli publicó la Encíclica “Pacem in Terris” (Paz en la Tierra), dirigida no sólo a los católicos sinó a “todas las personas de buena voluntad”. Dada la situación del momento, fue bien acogida por todo el mundo como expresión del camino para alimentar la esperanza de paz y solidaridad del género humano.
Tres meses después de su elección, el 25 de enero de 1959, en la Basílica de San Pablo Extramuros y ante la sorpresa de todo el mundo anunció el XXI Concilio Ecuménico, que posteriormente fue llamado Concilio Vaticano II, el I Sínodo de la Diócesis de Roma y la revisión del Código de Derecho Canónico.
Se debe a su iniciativa personal el hecho de convocar el Concilio Vaticano II, que imprimiría una orientación pastoral renovada en la Iglesia católica del siglo XX. El Papa Francisco resaltó que “en la convocatoria del Concilio, San Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; fue el Papa de la docilidad al Espíritu”.
El proyecto del Concilio sobre todo, como él mismo dijo, no maduró en él «como el fruto de un largo proceso de meditación y planificación, sino como la flor espontánea de una primavera inesperada» . Su convocatoria es asumida como uno de los rasgos de santidad de Juan XXIII.
Sintió que Dios lo estaba empujando para dirigir la Iglesia a una mayor unidad, y con eso en mente, invitó a los líderes de las iglesias anglicana, protestante y ortodoxa. Vinieron porque sentían el amor con que habían sido invitados. Uno de los más conmovedores, entre sus primeros encuentros con los no católicos, fue cuando dio la bienvenida a un grupo de Judíos con los brazos abiertos, y les dijo: “Yo soy José, vuestro hermano”.
El Vaticano II fue para él una respuesta a Dios, con la idea de reformar y actualizar la Iglesia, y para atraer a todos los cristianos a una mayor unidad por el bien de la humanidad y la paz mundial. Al igual que los apóstoles, en la víspera de Pentecostés, él anticipa que algo grande estaba a punto de suceder. Poco sabía de que el Espíritu Santo barrería a la Iglesia con tal fuerza.
El 11 de octubre de 1962 el papa Roncalli abrió el Concilio Vaticano II en San Pedro, indicando la precisa orientación de los objetivos: no se trataba de definir nuevas verdades ni condenar errores, sino que era necesario renovar la Iglesia para hacerla más santa y capaz de transmitir el Evangelio en los nuevos tiempos, buscar los caminos de unidad de las Iglesias cristianas, buscar lo bueno de los nuevos tiempos y establecer diálogo con el mundo moderno centrándose primero “en lo que nos une y no en lo que nos separa”.
Con todo, al momento de su muerte acaecida el 3 de junio de 1963, apenas había transcurrido la primera de las etapas conciliares —que finalmente alcanzarían el número de cuatro—, sin haberse promulgado ningún documento. Y sería Pablo VI quien enfatizaría los propósitos básicos del concilio y lo guiaría a través de las tres etapas conciliares siguientes hasta su final.
Al Concilio fueron invitados como observadores miembros de diversos credos, desde creyentes islámicos hasta indios americanos, al igual que miembros de todas las Iglesias cristianas: ortodoxos, anglicanos, cuáqueros, y protestantes en general, incluyendo, evangélicos, metodistas y calvinistas no presentes en Roma desde el tiempo de los cismas.
Era un signo del ecumenismo que buscaba Juan XXIII desde el momento que fue encargado para Italia de la Congregación de Propaganda Fide, el organismo vaticano que promueve el compromiso misionero de la Iglesia, y tuvo que hacer un largo viaje para cumplir esa tarea.
Murió la tarde del 3 de junio de 1963, al día siguiente de Pentecostés, en profundo espíritu de abandono a Jesús, deseando su abrazo, rodeado por la oración unánime de todo el mundo, que parecía haberse reunido en torno a él, para respirar con él el amor del Padre.
El 23 de mayo de 1963 se anunció públicamente la enfermedad del papa: cáncer de estómago que, según su secretario Loris Francesco Capovilla, le fue diagnosticado en septiembre de 1962. El papa no quiso dejarse operar temiendo que el rumbo del Concilio se desviara de lo estipulado. Así, el mismo papa estaba firmando su sentencia de muerte. Moría en paz invocando el nombre de Jesús y ofreciendo su vida de acuerdo con las palabras de Jesús: “Que todos sean uno”.
Ante el avance de su enfermedad, se trató de convencerlo de no asistir a las sesiones del Concilio; a lo que Juan XXIII contestó: «¿Por qué no? ¿Qué otra cosa podría ser más hermosa para un padre que morir en medio de sus hijos reunidos? »
Después de habernos enseñado a vivir, él fue un testigo de cómo morir a la luz de la fe. Una persona que lo conocía bien y le había seguido durante esos pocos años sintetizó muy bien la impresión de todos: “El papa Juan me ha hecho descubrir de una forma nueva y consoladora la paternidad de Dios”
Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre del año 2000, y estableció que su fiesta litúrgica se celebre el 11 de octubre, recordando así que Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962.
El 5 de julio de 2013 el papa Francisco firmó el decreto que autorizó la canonización de Juan XXIII, que se efectuó conjuntamente con la de Juan Pablo II el día 27 de abril de 2014, según lo anunciado en el consistorio realizado el 30 de septiembre de 2013.
El 3 de junio del 2001, domingo de Pentecostés y 38 años después de su muerte, su cuerpo fue hallado intacto y trasladado desde la capilla subterránea de la Catedral de San Pedro hasta el altar de San Jerónimo.
Pablo VI, su sucesor y amigo, declaró tras ser elegido nuevo pontífice que la herencia del papa Juan no podía quedar encerrada en su ataúd. Él se atrevió a cargarla sobre sus hombros y pudo comprobar que no era ligera.
No olvidó jamás que el primer papel de un Papa es la oración.
Ese “negarse a sí mismo”, esa confianza en un Dios de amor y esa alegría a lo largo de la vida, son lo que ha convertido esta persona común y corriente en un santo. Nosotros podemos hacer lo mismo.
Aprendemos en sus diarios que nunca sintió que era lo suficientemente santo; sentía que no estaba a la altura de su fe. Nos encontramos con un hombre de gran humildad, encantado de gustarle a la gente y sorprendido de haber sido elegido para el papado. Su humildad le permitió aceptar a un Dios que le daba pequeños empujones a lo largo de su vida. Percibir estas señales fue también elemento importante de su santidad.
Cuando entregó estos diarios manuscritos y cuadernos arrugados a su fiel secretario, Monseñor Loris Capovilla, el Papa Juan le confió: “Mi alma está en estas páginas. Fui un buen muchacho, inocente, un poco tímido. Quería amar a Dios a toda costa y no pensé en otra cosa que ser sacerdote al servicio de las almas sencillas que necesitan de cuidado, con paciencia y diligencia”
Era un hombre de gran corazón y un hombre de Dios, que se había ganado la confianza y el afecto de la gente en todas partes. ¿Y por qué? Porque cuando la gente lo encontró, encontraron un corazón lleno de amor. Sus ojos brillaban de felicidad, siempre concentrado en la persona con quien compartía, y siempre afectuoso
Una vez le dijo a un obispo que sus brazos estaban abiertos, como Cristo en la cruz, para abrazar a todos -a todo el mundo- con amor. Si eras un empleado del Vaticano mal pagado, se ponía de tu lado. Si no te sentías parte de la Iglesia, igual te recordaba lo mucho que te ama. Y si eras un no creyente, te ofrecía su amistad.
Ese fue Juan XXIII. Buscaba lo que nos une y no lo que nos divide, porque creía que eso llevaría a la paz. Era un sacerdote, sí, pero primero era un ser humano en el camino de la fe.
Fue capaz de brindar una palabra de consuelo a todos, sin un dejo de timidez. En uno de sus saludos por Navidad en la Basílica de San Pedro, le dijo al mundo que su corazón estaba “lleno de ternura” al compartirnos sus mejores deseos. Me gustaría poder “quedarme en las mesas de los pobres, en los talleres, en los lugares de estudio y de ciencia, junto a las camas de los enfermos y los ancianos, en todos lugares en los que [la gente] rezan y sufren, trabajar por sus necesidades y para los demás”.
La magnitud y la extraordinaria popularidad del Papa Juan proceden en buena parte, también de este inalterable optimismo frente al hombre y frente a toda la Humanidad, sustentado en una inquebrantable y valiente fe, y de un sentido intenso y fuerte de lo Divino, que le permitió ir al encuentro, y establecer los consiguientes contactos, con las iglesias ortodoxas y protestantes, además de con hombres de distinta fe, religión o ideología.
No presenta a la Iglesia como una torre de marfil cerrada sino más bien como "la Casa del Padre común", abierta a todos. Juan XXIII, convencido firmemente en la fuerza misma del cristianismo, no tiene miedo a enfrentarse a lo que sea y además tiene la profunda certeza de que el dinamismo y la lógica de la verdad, de la libertad y de la justicia, una vez que ha sido puesta en marcha, van a triunfar frente a la maldad y al oportunismo humanos.
Toda su ilusión era imitar a Jesús, especialmente cuando dice que es «manso y humilde de corazón» . Quiso esencialmente ser «bueno» , como Dios, nuestro Padre, que es bueno y amigo de todos.
Automático
luz de mi vida y camino de paz,
aunque me olvido de tus senderos
Tu me aceptas con bondad.
Por el mar de la vida navego
sin una barca y queriendo llegar,
que vea siempre entre las olas
tu limpia orilla de libertad.
A pesar del cansancio
en este caminar
quiero seguir tus pasos
rumbo a tu libertad.
A pesar del cansancio
en este caminar
quiero seguir tus pasos
Con María, la Madre A M ÉN
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