Bendito sea Dios el Padre de nuestro Seor
Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen reservada en el cielo. Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final.
Simón Pedro, servidor y Apóstol de Jesucristo, saluda a todos aquellos que, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, han recibido una fe tan preciosa como la nuestra. Lleguen a ustedes la gracia y la paz en abundancia, por medio del conocimiento de Dios y de Jesucristo, nuestro Señor.
Su poder divino, en efecto, nos ha concedido gratuitamente todo lo necesario para la vida y la piedad, haciéndonos conocer a aquel que nos llamó por la fuerza de su propia gloria. Gracias a ella, se nos han concedido las más grandes y valiosas promesas, a fin de que ustedes lleguen a participar de la naturaleza divina, sustrayéndose a la corrupción que reina en el mundo a causa de la concupiscencia.
Por esta misma razón, pongan todo el empeño posible en unir a la fe, la virtud; a la virtud, el conocimiento; al conocimiento, la templanza; a la templanza, la perseverancia; a la perseverancia, la piedad; a la piedad, el espíritu fraternal, y al espíritu fraternal, el amor.
Porque si ustedes poseen estas cosas en abundancia, no permanecerán inactivos ni estériles en lo que se refiere al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. El que no las posee es un ciego, un miope, porque olvida que ha sido purificado de sus pecados pasados.
Por eso, hermanos, procuren consolidar cada vez más el llamado y la elección de que han sido objeto: si obran así, no caerán jamás y se les abrirán ampliamente las puertas del Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación.
Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo. Por lo tanto, manténganse con el espíritu alerta, vivan sobriamente y pongan toda su esperanza en la gracia que recibirán cuando se manifieste Jesucristo.
Como hijos obedientes, no procedan de acuerdo con los malos deseos que tenían antes, mientras vivían en la ignorancia. Por la obediencia a la verdad de Cristo, ustedes se han purificado para amarse sinceramente como hermanos. Ámense constantemente los unos a los otros con un corazón puro, como quienes han sido engendrados de nuevo, no por un germen corruptible, sino incorruptible: la Palabra de Dios, viva y eterna.
Queridos míos, yo los exhorto: no cedan a esos deseos carnales que combaten contra el alma. Observen una buena conducta en medio de los paganos y así, los mismos que ahora calumnian como a malhechores, al ver sus buenas obras, tendrán que glorificar a Dios el día de su Visita.
El que ama la vida y desea gozar de días felices, guarde su lengua del mal y sus labios de palabras mentirosas; apártese del mal y practique el bien; busque la paz y siga tras ella. Porque los ojos del Señor miran al justo y sus oídos están atentos a su plegaria, pero él rechaza a los que hacen el mal.
Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos dispersos por el mundo padecen los mismos sufrimientos que ustedes.
Renuncien a toda maldad y a todo engaño, a la hipocresía, a al envidia y a toda clase de maledicencia. Ustedes, son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz.
Procedan como hombres verdaderamente libres, obedeciendo a Dios, y no como quienes hacen de la libertad una excusa para su malicia. No devuelvan mal por mal, ni injuria por injuria: al contrario, retribuyan con bendiciones, porque ustedes mismos están llamados a heredar una bendición.
Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen. Pero háganlo con suavidad y respeto, y con tranquilidad de conciencia.
Si el justo apenas se salva, ¿qué pasará con el impío y el pecador? Es preferible sufrir haciendo el bien, si esta es la voluntad de Dios, que haciendo el mal.
Felices si son ultrajados por el nombre de Cristo, porque el Espíritu de gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre ustedes. Alégrense en la medida en que puedan compartir los sufrimientos de Cristo. Así, cuando se manifieste su gloria, ustedes también desbordarán de gozo y de alegría.
El Señor, en efecto, sabe librar de la prueba a los hombres piadosos, y reserva a los culpables para que sean castigados en el día del Juicio, sobre todo, a los que llevado por sus malos deseos, corren detrás de los placeres carnales y desprecian la Soberanía. Por lo tanto, aquellos que sufren conforme a la voluntad de Dios, practiquen el bien, poniéndose en las manos de su Creador, que es fiel.
Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, de acuerdo con lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo. Y ya que ustedes llaman Padre a aquel que, sin hacer acepción de personas, juzga a cada uno según sus obras, vivan en el temor mientras están de paso en este mundo.
Tengan la moderación y la sobriedad necesarias para poder orar. Sobre todo, ámense profundamente los unos a los otros, porque el amor cubre todos los pecados. Pongan al servicio de los demás los dones que han recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.
Las mujeres respeten a su marido, para que si alguno de ellos se resiste a creer en la Palabra, sea convencido sin palabra por la conducta de su mujer, Los maridos, a su vez, trátenla con el respeto debido a coherederas de la gracia que da la Vida. De esa manera, nada será obstáculo para la oración.
Exhorto a los presbíteros, siendo yo presbítero como ellos que apacienten el Rebaño de Dios, que les ha sido confiado; velen por él, no forzada, sino espontáneamente, como lo quiere Dios; no por un interés mezquino, sino con abnegación; no pretendiendo dominar a los que les han sido encomendados, sino siendo de corazón ejemplo para el Rebaño. Y cuando llegue el Jefe de los pastores, recibirán la corona imperecedera de gloria.
De la misma manera, ustedes, los jóvenes, sométanse a los presbíteros. Que cada uno se revista de sentimientos de humildad para con los demás, porque Dios se opone a los orgullosos y da su ayuda a los humildes. Humíllense bajo la mano poderosa de Dios, para que él los eleve en el momento oportuno. Descarguen en él todas sus inquietudes, ya que él se ocupa de ustedes.
En fin, vivan todos unidos, compartan las preocupaciones de los demás, ámense como hermanos, sean misericordiosos y humildes.
Y haré todo lo posible a fin de que, después de mi partida, ustedes se acuerden siempre de estas cosas. Porque no les hicimos conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo basados en fábulas ingeniosamente inventadas, sino como testigos oculares de su grandeza.
El Dios de toda gracia, que nos ha llamado a su gloria eterna en Cristo, después que hayan padecido un poco, los restablecerá y confirmará, los hará fuertes e inconmovibles.
Crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Frases de las I y II Cartas de San Pedro ¡A él sea la gloria, ahora y en la eternidad!
Si deseas recibir archivos de Espiritualidad Católica envía un correo a: siembraconmigo@gmail. com con el título “Suscripción a Siembra Amor”. http: //siembraconmigo. blogspot. com/ Servicio Gratuito con Fines Educativos
- Slides: 29