Beata Mara Felicia de Jess Sacramentado Carmelita Descalza

Beata María Felicia de Jesús Sacramentado. Carmelita Descalza Asunción Paraguay Villarrica 1925 -Asunción 1959

Ma. Felicia Guggiari Echeverría, nació el 12 de enero de 1925, en Villarrica del Espíritu Santo, Paraguay. Sus padres fueron Don Ramón Guggiari y Doña Arminda M. ª Echeverría. Contrajeron matrimonio el 15 de Mayo de 1924. Fruto de su amor fueron siete hijos. M. ª Felicia, (Chiquitunga) M. ª Teresa, Federico Ramón, M. ª Cristina, M. ª Magdalena, M. ª Antonia y M. ª Clotilde. Fue bautizada a los tres años con sus hermanos M. ª Teresa y Federico Ramón, en la Catedral de Villarrica el día 8 de febrero de 1928. Primera educación. M. ª Felicia estuvo dotada de espléndidas cualidades “naturales”. Pero dos factores incidieron muy determinantemente en el desarrollo de esa primera gracia bautismal: la familia y el Colegio. La familia. En aquella familia había mucha unión y cariño: “La madre adoraba al padre y a los hijos” y procuraba orientar el cariño de éstos hacia el papá. Él, por su parte, desde la reciedumbre de su temperamento, se ablandaba satisfecho de los suyos, especialmente de su “Chiquitunga”. En el año 1933 comenzó su formación escolar en el Colegio María auxiliadora. A los siete años recibe por primera vez a Jesús Eucaristía en la Catedral de Villarrica. Era el 8 de diciembre de 1937. De su primera comunión recordará años más tarde: “Nunca se borrará de mi mente el recuerdo del día más feliz de mi vida, el día de la primera unión con mi Dios, y el punto de donde parte mi resolución de ser cada día más buena y mejor”. Flia. Guggiari-Echeverría Chiquitunga

Concluido el quinto grado de Primaria en el Colegio “María Auxiliadora” a sus casi catorce años, M. ª Felicia suspendió los estudios para ayudar a su mamá en las labores domésticas porque sobre su mamá recaía toda la carga de la casa y el cuidado de cuatro hijos pequeños. A los 16 años se incorpora a la Acción Católica y es nombrada responsable de la sección de niñas, que pronto se llamaron “las Pequeñas”. En el año 1941. Fue la apertura de un horizonte nuevo en su vida. “Allí encontró un ideal y un objetivo para su vida. Nunca decayó su fervor por su querida Acción Católica”. Sembradora de alegría era una de sus características. 1945: Obtiene el título de Maestra Normal. 1945: Recibe el sacramento de la Confirmación en la Catedral de Villarrica.

Vida en Asunción. El padre de Chiquitunga para proteger a su familia tiene que dejar Villarrica, por motivos políticos, y trasladarse a Asunción. Así lo hace en el mes de febrero de 1950. M. ª Felicia cuenta con 25 años. Ya en Asunción, en febrero de 1950, la Sierva de Dios hizo sin tardar tres cosas: Primero, seguir estudiando para obtener el Profesorado. Segundo, buscar trabajo con qué ayudar a la familia. Lo encontró en la escuela parroquial “El Perpetuo Socorro”. Tercero, incorporarse a la Acción Católica de la capital.

Chiquitunga con el P. Prieto, su director espiritual, y dirigente de la A. C junto con algunas compañeras Consagración al apostolado en virginidad. - Después de dos años de Acción Católica, Ma. Felicia hizo su entrega total al Ideal, es decir, al seguimiento radical de Jesús en el apostolado. El 26 de octubre de 1942, recuerda ella misma 10 años más tarde: “No quiero pasar ya adelante sin recordar que hoy [26. X. 1952] cumplo 10 años, si mal no recuerdo, de mi ¡consagración al apostolado!, la gracia que, después del Bautismo y la Eucaristía, más indigna es mi persona, y la más grande y sublime con que Dios me obsequiara”. “Todo te ofrezco, Señor” será el lema de su

Pero además del apostolado organizado en la Acción Católica, al que Chiquitunga siguió entregada apasionada y fielmente, a nivel parroquial, diocesano y nacional, desviviéndose por los diferentes sectores: niñas, señoritas, estudiantes, jocistas, etc. , María Felicia tenía el corazón abierto al apostolado personal de todos los necesitados material o espiritualmente: ancianos, enfermos, alejados, encarcelados, leprosos. En su Diario de Vida recordó con frecuencia a Doña Mary, mujer protestante, huérfana de toda parentela, y desvalida. M. Felicia la visitaba en su ranchito, rezaba con ella Ave María y llegó a tanto su devoción, que cierta vez la mujer le pidió un rosario: “De paso fuí a tirarle unos jasmines a Doña Mary, pero no salió. Esa es un alma, Señor, a quien debemos con tu ayuda devolver al puesto de la verdad y a la unidad de la fe”. En la carta de condolencia escrita a la Flia. Guggiari por la muerte de Chiquitunga el Dr. Ángel Sauá Llanes escribía:

• Su amor por los pobres, por los humildes, por los que sufren, por los bienaventurados del Sermón de la Montaña, fue excepcional. En una carta del 13 XI 51 hablando de "sus viejitas" de Villarrica escribe: “Nunca imaginé que tuviera que ser tan feliz llevando consuelo a quienes con su dolor hacen posible nuestra vida”. En otra carta del 06 I 52: • • “Yo me ví más de una vez andar tranquila. . . recorriendo hogares, prodigando aunque sea tan sólo una sonrisa como fruto espontáneo de la gracia palpitante en nuestras almas, encendido nuestro pecho de Amor, Amor Divino. Ser apóstoles, Señor, qué hermoso sueño”.

M. Felicia poseyó ese don de los santos de influir en los corazones. Recordamos un caso que se hizo público por voluntad del favorecido. Marcelino Valiente, poeta, nada cristiano en aquella época, preso de desesperación vagaba por las calles lleno de tétricos pensamientos. De pronto, y cuando más ayuda necesitaba, escucha una voz que lo llama por su nombre, y casi de inmediato una personita grácil y simpática empareja sus pasos a los suyos. ¿Qué misterio de gracia se operó allí? . El paseo terminó cuando Valiente se puso de rodillas ante el sacerdote. Los efectos de la gracia le sacudieron profundamente, y la felicidad volvió a inundar su espíritu: Y doy gracias tantas al Buen Nazareno porque en mi camino te puso en el pleno Minuto más triste de mi corazón; y fue en una noche que desatinado erraba sin rumbo solo y desolado por la calle oscura de nuestra Asunción. de tu santa boca tus labios de sedaungida en fragancia suave de resedá con gracia divina mi nombre brotó; Y al volverme luego un tanto amoscado hirieron mis ojos fulgores sagrados Que Cristo a sus fieles solo destinó. Marcelino Valiente

Su vida era Cristo “Ay, no sabe las ansias que tengo. . . de poder transmitirles el Evangelio de Cristo, ampliamente vivido, y el pensamiento de la Iglesia, nuestra buena Madre!” “Iniciemos la ardua pero hermosa tarea de conocer y hacer conocer a Cristo, más aún, Vivir en Cristo, para Cristo y por Cristo” “No sabría explicarle la ansiedad, el deseo intenso de trabajar exclusivamente, entregada en cuerpo y alma por la causa de Cristo, al apostolado; sed, verdaderamente sed, tengo de una inmolación más efectiva”. “Cuánto quisiera, Señor, que todo cuanto hago, digo y pienso y sueño y deseo y escribo, sea como una oración continua hasta tu Augusta Majestad”

Estáse ardiendo el mundo, quieren volver a sentenciar a Cristo levantan mil testimonios, quieren poner su iglesia por el suelo, No es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia” Sta. Teresa de Jesús Chiquitunga como su Madre Santa Teresa es consciente de que la Iglesia la necesita, y que ella necesita a la Iglesia se pone incondicionalmente a su servicio: en cuerpo y alma para ganar almas a Cristo y así dirá “. . . y no sabe que todo está entregado, y que la consigna de la hora es trabajar hasta caer muerta, si es posible. pero trabajar con espíritu en la más íntima y profunda unión con Dios”

“Pero si es necesario estoy dispuesta a todo. . . Ardo en deseos de entregarme por la causa de Cristo. ¿Tendremos acaso nosotros la dicha, la felicidad inmensa, el honor tan grande de poder dar algo? A lo único que tiene derecho un socio de Acción Católica es al Martirio!” “Sólo nos resta invocar de nuevo su nombre en demanda de fuerzas y aliento para que no decaigan nuestros anhelos y para que desde este mismo momento, sin espera de un minuto más, iniciemos la ardua pero hermosa tarea de conocer y hacer conocer a Cristo, más aún, Vivir en Cristo, para Cristo y por Cristo”

El lector atento se habrá preguntado espontáneamente sobre el origen y motivo de las cartas al Dr. Sauá. Pues bien, vamos a responder a esas preguntas con claridad y sencillez. M. Felicia, la apóstol por excelencia en la Acción Católica, se encuentra con un joven de la misma talla, Ángel Saúa Llanes. Lo natural habría sido que dicha relación terminase en matrimonio. Pero no fue así. En un acto de heroísmo sin par, se separan hasta la eternidad, emprendiendo él el camino del sacerdocio y ella el de la vida religiosa. Al parecer, desde el principio ella no tenía ni había tenido intenciones matrimoniales. Unas palabras de su Diario son claras y concretas: “Déjeme que recuerde aquellos primeros días de nuestra amistad. Mire, Sauá , vamos a ser dos grandes amigos, más que eso, no”. Y en otras oportunidades: “Mi deseo grande es trabajar incesantemente, dar todo lo que tenga y pueda por el Ideal de nuestra amada Acción Católica y luego entregarme en una vida de íntima unión con mi Dios en sacrificios y oraciones”

Los santos suelen ser muy audaces. Ella, quizás sin comprenderlo exactamente, se atreverá a ofrecerse en estremecedor sacrificio, matando un amor en ciernes. Es lo que había soñado: “Muchas veces había concebido esto que ahora, Señor, es maravillosa realidad! Y decía, qué hermoso sería tener un amor, renunciar a ese amor y juntos inmolarlo al Señor por el Ideal. . . ” “Toma, arranca mi corazón de su morada, pues. . . hace ya tiempo te lo había inmolado! Sólo falta que lo saques, y, si es necesario, que lo arranques, Señor. . . , lo que tú quieras, si ya no es mío. Toma, Señor, que es tuyo este pobre corazón!” “Dame, Señor, fuerzas suficientes y sobre todo sublima cada día más y más este amor! Purifica mis ansias, mis anhelos, Señor! y haz que este ar dor de mi corazón se trueque en una sed intensa de unión contigo, Dueño amado de las almas, de intenso renunciamiento. Vivir sólo para Tí, por Tí y en Tí”

De esta entrega nace el deseo de alentar al amigo, futuro sacerdote: “Cree usted (escribe a Sauá) que el Señor que da de comer a las aves del cielo y viste tan maravillosamente a las florecillas del campo, puede abandonar a sus criaturas, los hombres, que son su obra más perfecta, que por salvarlos dió a su Hijo a padecer los tormentos y escarnios de la Cruz? . . . La cruz es lo único absolutamente nuestro, aceptémosla o no, y cómo cambia de valor si en amor la abrazamos” “Comprendo y conozco sus angustias, porque también yo. . . las estoy viviendo intensamente. No, no hay por qué, Sauá, arrancar el corazón, arrojarlo lejos y poner en su lugar una piedra! Cámbielo, cámbielo, hermano mío, con el Corazón de Cristo o junto al suyo ponga ese Corazón que tanto ha amado a los hombres y todo se arreglará. Verá ud. qué dulzuras y qué consuelos! El mismo nos llama: Venid a mí”

«Estaré a su lado, día y noche, rezando y ofreciendo mi vida, para que Ud. pueda ser, si Dios lo quiere, un santo sacerdote “ Así le prometió y así lo hizo convirtiéndose en sostén de todos los sacerdotes del mundo entero.

M Ma. Felicia apreció siempre esta relacione como una amistad providencial. La naturaleza pudo traicionarla en ciertas expresiones. Lo cierto, lo contundente, es que ella no fue mendiga del humano amor, no. Una sola cosa busca y le será concedida. Buscaba con afán un lugarcito en el mundo para adorar y amar a Dios sin pausas de horas ni de días. Aunque jamás había pensado en el Carmelo, ése sería sin embargo su lugar. “Debo aceptar agradecida, Señor, el camino que me señales”. Ella ahora se prepara su ingreso. Ha obtenido el tan difícil permiso paterno. Su ingreso difícil fervor y su acción de gracias no tienen límites. Había ingresado en el deseado Carmelo el 02 II 55, día de la Purificación de N. Señora. El gozo que la invade no recuerda ni por asomo la lucha tremenda que la sierva de Dios tuvo que soportar antes de acogerse al tibio nido del Monasterio. Tomó el Hábito de Carmelita Descalza el 14 de agosto de 1955. E hizo su Profesión Religiosa temporal el 15 de agosto de 1956.

Chiquitunga Todas las hermanas del convento están acordes en que la Hna. M. Felicia de Jesús Sacramentado era un alma privilegiada por la gracia, que ella aprovechó para perfeccionarse. Pero, cómo es la santidad en un convento de Carmelitas Descalzas? Allí nada se puede hacer fuera de lo reglamentado, que es de suyo muy minucioso. Nada en él puede ocurrir de extraordinario. Se cuenta de Santa Teresita la anécdota siguiente: la Enfermería del Monasterio de Lisieux se hallaba en aquel entonces, en un lugar cer cano a la cocina. La Santa escucha este comentario de la Hna. Cocinera: «La Hna. Teresita está para morir y qué se podrá contar de ella, pues nunca hizo nada de extraordinario? » De lo que se holgó inmensamente la Santa. Quien crea que la Hna. Felicia hizo algo fuera de orar, trabajar y sufrir, no conoce la vida de las Carmelitas Descalzas. La perfección ha de buscarse en eso, y no en otra cosa.

Su camino fue un camino para todos. Oraba intensa y fervorosamente. Le agradaba sobremanera el rezo del Oficio Divino. Y siguió demos trando su amor al prójimo, adelantando su propia tarea para ayudar a otras Hermanas en los trabajos que tenían entre manos y aliviarlas de su peso. Y esto lo hacía sin demostraciones de ninguna especie, muy natu ral mente. Sufría también mucho. Recuerda ella cuántas veces se dirigía hasta la habitación de la Madre y antes de entrar, se retiraba llorando a mares. Sufría por las mortificaciones propias de la Regla Carmelita y por la comida. No obstante, esa su alegría característica no la abandonó en el convento. En los recreos de la Comunidad debía de provocar la distensión de los nervios y de los espíritus; era muy ducha en el arte de versificar, recitar y cantar. «En los cuatro años que la querida Hermana vivió entre nosotras se ca racterizó por su gran espíritu de sacrificio, caridad y generosidad, todo envuelto en gran mansedumbre y comunicativa alegría»

Pero Dios le tenía reservado a la sierva de Dios otro destino. Le faltaba solamente probar un apostolado: el de la paciencia en la enfermedad. Ella que siempre creía tener "una salud de hierro". Comenzó a sentir un decaimiento físico, si bien trató de minimizarlo, sobreponiéndose a la enfermedad. Pero la hepatitis infecciosa, que ya había llevado a la tumba a una de sus hermanas, la obligó a internarse en un Sanatorio de la ciudad, en enero de 1959. Se reintegró a la Comunidad después de más de un mes. «Aunque débil se esforzó por ayudar en trabajos de sacristía, y así confeccionó un conopeo, unas cortinillas para la urna del Jueves Santo, dibujó unos motivos litúrgicos para otros trabajos y todo cuanto le fue posible hacer en honor de Nuestro Señor Sacramentado, del que era tan devota. También pidió que se le permitiera asistir a los cultos de la Semana Santa, cantando los maitines y Vigilia Pascual, ya que tenía muy buena voz y fino oído y era muy fervorosa en las divinas alabanzas» Esa obsesión de su vida, su Ideal, la llevó a las altas cumbres. Cuenta la Madre Superiora que estando la Hna. M. Felicia ya en agonía, le sugirió que ofreciese su sacrificio por los sacerdotes más familiares a ella, a lo que respondió: “Por el mundo entero, Madre”.

El domingo de Pascua de aquel año (1959), fue el comienzo de la suya a la eternidad. La volvieron a sacar del convento para atenderla mejor. Su mal se llamaba púrpura, una especie de derrame interno que producía en distintas partes del cuerpo y de la cara unas manchas de sangre; su médula ósea no elaboraba ya glóbulos rojos. La Sierva de Dios, viendo que llegaba su fin decía que: “viva o muerta, mi vocación, acá o allá, será cantar las Alabanzas del Señor”. Su muerte fue ejemplar para sus familiares y para los médicos que la trataron. Después de una larga agonía, desde las 21 horas del día 27, hasta las 4, 10 de la mañana del día 28.

Antes de entregar su espíritu al Señor pide que la lean el poema de Santa Teresa “Muero porque no muero”, con el rostro muy alegre escuchaba y repetía el estribillo “Que muero porque no muero”. Se dirige a su padre y le dice: “Papito querido, soy la persona más feliz del mundo; ¡si supieras lo que es la Religión Católica”.

Y agrega, sin borrarse la sonrisa de sus labios: “¡Jesús, te amo! ¡Qué dulce encuentro! ¡Virgen María! Con estas palabras entregó su espíritu al Señor. Las Exequias fueron una proclamación espontánea y, en buena parte inesperada, de su fama de santidad entre el pueblo de Dios. . El comentario que se oía entre la gente era: “Ha muerto una santa”.

La vida de la Hna. Ma. Felicia de Jesús Sacramentado ha dejado huellas en el pueblo Paraguayo por lo que: 13. 12. 1997: Se abre el Proceso Diocesano de Beatificación y Canonización en Asunción Paraguay. 28. 04. 2000: Se Clausura el Proceso Diocesano en Asunción (Paraguay). 22. 02. 2002: Se da el Decreto de validez del Proceso Diocesano y se nombra un Relator. 19. 04. 2005: Se abre el Proceso sobre un presunto milagro. 27. 04. 2007: Se clausura el informe de un presunto milagro y se manda a Roma. 20. 03. 2009: Fue examinada en el Congreso Peculiar de Consultores Teólogos la “Positio” con ÉXITO POSITIVO 27 de marzo de 2010: Su santidad Benedicto XVI declaraba VENERABLE a la Sierva de Dios Hna. María Felicia de Jesús Sacramentado. 23 de junio de 2018: Es beatificada por el delegado del papa Francisco, Cardenal Ángelo Amato.

“Enciende en nuestros corazones el fuego de tu amor. ” Muchos fieles se acercan al convento de las Carmelitas descalzas de Asunción para rezar ante su Urna y pedir su intercesión. Chiquitunga sigue siendo esa hermana que contagia calor, amor, cercanía. Sigue estando cerca de los que sufren, de los necesitados, de los que quieren encontrar al Señor. Ella es la que se dejó quemar por las llamas del Amor Divino Y quiere conducirnos a la verdadera hoguera que es Jesucristo.
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