3 56 Virtudes 42 Caridad 28 Obras de
3ª 56 Virtudes 42 Caridad 28 Obras de Misericordia 8, B 6: Sufrir con paciencia las molestias ajenas
Al estar ya casi terminando los temas sobre la caridad, recordamos una vez más que lo más importante y esencial es la parte interna, la del corazón. Sin embargo debe manifestarse externamente. Esto lo hacemos por medio de las obras de misericordia. Llegamos ya a la sexta de las espirituales, que es: «Sufrir con paciencia las molestias de nuestros prójimos» .
En este mundo todos nos molestamos: a veces queriendo y otras veces casi sin querer. Y hay que saber sufrir con paciencia las molestias del prójimo. De hecho tratamos sobre esto cuando, comentando a san Pablo en I Cor 13, decíamos que la caridad debe ser paciente. Pero veamos algo más, ya que aquí consideramos que todos tenemos defectos, unos culpables y otros sin culpa.
Es necesario saber tolerarnos esos defectos, si no queremos convertir la vida social en una continua ocasión de amarguras y disgustos. Algo veíamos en el tema anterior sobre los que se sienten tristes, por no querer entender bien la vida o creerse equivocados en temas vitales. Veremos que la solución tendrá que ver mucho con vivir la alegría para infundirla en los demás.
Cuando uno examina con detención este problema de los defectos propios y ajenos, nos damos cuenta que tenemos más defectos de los que parecía a simple vista. Por lo tanto una gran labor en la vida será tolerar esos defectos. Con ello vamos convirtiendo a la otra persona, haciendo que vayan desapareciendo, al menos en parte, y nosotros vamos adquiriendo méritos muy importantes para la gloria futura del cielo.
Sólo a base de mutua comprensión y tolerancia, es posible conservar la paz y la unidad entre nosotros. San Pablo, que tuvo que sufrir muchos defectos del prójimo y que parece ser estaba en la cárcel, les escribía a los de Éfeso: «Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor» .
De modo parecido escribe san Pablo en otros lugares, como a los Gálatas, que les dice: «Ayudaos mutuamente a llevar las cargas» . Esto nos debe hacer meditar mucho sobre cómo cumplimos el precepto de la caridad, si llevamos las cargas de los otros, como cuando en el tema anterior decíamos del «llorar con el que llora» . Así la carga de uno se hace más leve, porque se lleva entre dos o tres.
En esto nos dio gran ejemplo Jesucristo. ¡Cuántas impertinencias debía soportar por parte de la multitud que le tocaba sin fe! Y cómo le gustó que una mujer tocase su vestido con gran fe, pidiendo la sanación. Y lo hizo notar de modo que alguien le dijo: «Todos te están tocando» .
Mucho más tuvo que sufrir y tolerar Jesús con los fariseos y escribas, que vivían en otra onda de religión. Por eso no sólo no comprendían el mensaje de amor de Jesús, sino que le llamaban desde comilón y borracho hasta endemoniado.
Y mucho tuvo que tolerar a sus propios discípulos, porque eran tardos para comprender los mensajes de amor y de servicio humilde. Eran ignorantes y ambiciosos, preocupados por los primeros puestos en un hipotético reino temporal, del cual nunca había hablado Jesús. Estaban lejos del espíritu de bondad cuando pedían fuego del cielo ante las importunidades de un pueblo que no les quería recibir.
Jesús siempre se mostró manso y humilde de corazón, especialmente con Judas el traidor: En la última Cena tuvo el detalle de amor de darle algo de comida especial y hasta en el momento del beso traidor, cuando le recibe con mansedumbre.
Hay un libro espiritual muy famoso de hace unos 600 años, «la Imitación de Cristo» de Tomás de Kempis, que tiene un capítulo especial sobre la manera de soportar los defectos ajenos. Entre otras cosas dice: «Lo que el hombre no puede corregir en sí mismo o en los demás, debe soportarlo con paciencia hasta que Dios lo ordene de otro modo. Piensa tal vez conviene esto para probar tu paciencia, sin la cual son de poco valor nuestros méritos» . Hay cosas que no podemos corregirlo en nosotros. Menos podremos en los demás. Por lo tanto soportémoslo con paciencia.
Hay otras ideas interesantes: «Si alguno, amonestado una o dos veces, no se enmendase, no porfíes con él, sino encomiéndalo todo a Dios, que sabe convertir el mal en bien, para que se cumpla su voluntad y sea glorificado en todos sus siervos. Procura sufrir con paciencia los defectos y flaquezas de tu prójimo, porque tú también das mucho que sufrir a los demás» . Jesucristo no sólo actuaba con mansedumbre sino que nos invitaba a ir hacia El: «Venid a mi los agobiados…» Hoy nos dice: Ven a mi, que yo te aliviaré.
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y mi paz yo te daré.
y mi paz yo te daré. Hacer CLIC
No basta tolerar los defectos ajenos, sino que lo debemos hacer con alegría. Es el complemento de la virtud y es como una participación de la vida de Dios, que es alegría. La alegría de Dios plena sólo la podremos ver en el cielo. Aquí es como un reflejo de la alegría y bondad de Dios. Así que para sufrir con paciencia las molestias del prójimo debemos tener bondad.
Trataremos con bondad a la gente, si nos damos cuenta que muchas cosas que hace alguna persona, y nos molesta, no están hechas con maldad. A veces es por temperamento, por distracción, o por egoísmo en el sentido que sólo pretende su propio bien sin deseo expreso de molestar o de hacer el mal a otro.
Entonces ¿porqué me voy a molestar o enfadarme? Más bien debo ceder, retirarme, dejar hacer. Y esto especialmente con los miembros de la propia familia o comunidad. El otro tendrá la cosa por buena y sobre todo no se perderá la paz y la tranquilidad en la familia o en el ambiente.
Cuando se cede en cosas de no mucha importancia, se ha ganado mucho más. Se ha ganado la confianza y el otro abre más su alma, que es lo quería. Si la manera de proceder del prójimo no es delicada, hay que procurar comprenderle o simplemente pensar que se ha equivocado.
Hay personas que, sin saber muchas veces el por qué, nos son más antipáticas y otras más simpáticas, en el sentido de sim-patía, de que uno se siente más o menos a gusto con ellas. Muchas veces es por algún detalle casi sin importancia. Pero, si esa persona «antipática» un día tiene un detalle de agradecimiento, de sonrisa, etc. , quizá cambia todo. Y lo que antes era malestar se convierte en bienestar. La gente suele ser algo voluble. Lo que no debe cambiar es la bondad.
El ser amigo de otra persona nos ayuda enormemente a saber sufrir con paciencia sus defectos. Por algún detalle pequeño una persona puede entrar en el círculo de la amistad o estar fuera. Y esto es porque hay detalles que hacen aumentar la estima o disminuirla. Y para que haya amistad es necesaria la estima de la otra persona. Así que recordemos que para sufrir con paciencia las molestias, es necesaria la bondad.
La bondad engendra la amistad. Cuando existe la amistad, las cosas parecen diferentes, en cuanto a molestar o no molestar. Suele pasar con los enamorados. Hay veces que uno se pregunta: ¿Por qué se habrá enamorado de esa persona si es fea? Pues hay otras muchas razones, como la armonía en muchas cosas y sobre todo la bondad.
Lo más importante para poder soportar con paciencia las molestias ajenas es, si lo hacemos por lo sobrenatural. Si lo hacemos por verdadera caridad sobrenatural, las molestias nos parecerán muy diferentes. Y serán otra cosa, porque ahí está Dios. El verdadero cristiano no se contenta con soportar, sino que tiene que dar algún paso adelante.
Y este paso adelante puede ser el dar. Es como en algunos deportes que se dice que una buena defensa es la actitud ofensiva, de ataque. Así también aquí: Uno puede soportar más pacientemente cuando busca positivamente el hacer el bien, el ser complaciente con esa persona que parece me ha molestado algo. Es el dar. ¿Y qué se puede dar? Si el otro es pobre, quizá algo material. Pero lo normal es dar algo espiritual.
Algo espiritual es sobre todo darse a sí mismo: no rehusar sacrificarse por hacer algún bien. Y por eso dar tiempo, dar entusiasmo o dar simplemente una sonrisa. Las cosas cambiarían: el bien será mayor y la superación de esa molestia será mejor. Una simple sonrisa puede quitar violencias; y el mal humor se irá trasformando en una vida más feliz.
Hay veces que ante una molestia, el otro responde con una sonrisa burlona que más que apaciguar, molesta más. Sé más bien amable con el amor cristiano, como hacía san Pablo: «Yo me hago todo a todos para traerlos a Jesucristo» . Si la sonrisa proviene de un corazón alegre y limpio, las molestias se suavizarán y la vida será más feliz.
Automático
y oigo a mis espaldas: Este va cantando,
Y hay gente que se ríe: Fíjate, éste va cantando.
¡Qué bonita que es la vida cuando vivo así!
¡Qué distinta la de la gente que veo por ahí!
Me dan ganas de gritarles: Se puede ser feliz.
¡Qué distinta la de la gente que veo por ahí!
Caras tristes y aburridas, que no saben sonreír,
Me dan ganas de gritarles: Se puede ser feliz.
Me dan ganas de gritarles: Se puede ser feliz. Hacer CLIC
Hay una virtud que es clave para soportar las molestias. Es la amabilidad. Se han dicho muchas cosas hermosas sobre la amabilidad, como: «El rayo del alma que hace asomar la sonrisa en los labios y la expansión en el corazón, como el rayo del sol hace abrir el botón de la rosa» .
Es bueno ver la amabilidad en la Virgen María. Si fue invitada para las bodas de Caná, sería por ser amable. Aquellos novios sabrían que María estaba dispuesta a compartir, colaborar en lo necesario y perdonar los defectos. Si la Virgen María hubiera sido triste, estando siempre seria, fácilmente no hubiera sido invitada. Así que debemos imitar la amabilidad de la Virgen María.
La amabilidad es la palabra dulce que reanima, que levanta, que consuela, que fortifica, como el rocío levanta, reanima y colora la planta que se secaba. La amabilidad es como la gracia y naturalidad de las maneras, la paz del semblante, la benevolencia de la mirada que se transmite al corazón de una familia.
Muchas cosas hermosas se dicen sobre la amabilidad: Es como el perfume de una flor que se derrama sobre toda la pradera en donde aparece. – La amabilidad no es una virtud aislada. Parece cubrir todas las virtudes. Uno se dice ser amable cuando va teniendo poco a poco diversos actos amables.
Cuando uno es amable, sabe disimular los defectos ajenos, que es una manera de soportarlos. Disimular los defectos para que otros no los noten es una obra de misericordia o un acto de caridad. Por eso la persona que es amable de verdad procura adivinar los gustos, las intenciones, los deseos y repugnancias del otro.
Y hay que tener en cuenta que a veces uno se molesta, no porque el otro esté molestando, sino porque yo mismo quiero que me den muchos gustos y que vean mis intenciones. Pero lo cierto es que uno es amable cuando sabe adivinar las intenciones del otro para no sentirse molestado sino poder sonreír dulcemente. Para ser amable jamás se debe hablar bruscamente. Para quien tiene este mal hábito, la amabilidad le será muy difícil.
Algo básico es que para sufrir con paciencia las molestias ajenas, hay que procurar no molestar al prójimo con palabras hirientes o picantes. No contradecir sino comprender y con discreción procurar agradar con las palabras y con los hechos. Procurar reparar los olvidos, las faltas y las negligencias.
La amabilidad es como el perfume para el corazón, el suave calor para los sentidos. Algo importante es hacer que los demás, si no se creen que son perfectos, por lo menos que comiencen a intentarlo lo más posible. Esto sería un fruto positivo de quien es amable por seguir la virtud cristiana, por seguir a Jesucristo.
Quien es amable busca dar consuelo y paz a cualquier persona. Y esto es de Dios. Se puede decir que el amable es como un enviado de Dios que busca el bien. Para algunos sería como una especie de ángel de la guarda, que nos va señalando el camino que va hacia Dios. La persona amable es como el bálsamo del buen samaritano que unge a aquel pobre herido. El acto amable no sería para quedar bien, sino para hacer el bien.
Hay autores que proponen una especie de código de amabilidad, lo que hay que hacer para tener amabilidad. Suelen poner el obligarse uno a sonreír habitualmente, de modo que luego les cueste poco. A veces pedírselo al Niño Jesús que sonríe en brazos de su madre.
Otras normas pueden ser: No decir nunca no a una orden del superior; ahorrar a los demás todo el trabajo posible; No manifestarse contrario, sino contento al reprimir todo lo que sea impaciencia; buscar el medio de agradar a la persona con quien debemos convivir, sobre todo si nos es antipática. Todo esto, para que sea beneficioso para el alma, hacerlo por motivos sobrenaturales
Y todo hacerlo con alegría. Entonces iremos por los caminos de la vida cantando al Señor y ayudando a otros, quizá con los que no congeniábamos muy bien, para que juntos nos preparemos para el canto eterno y feliz en el cielo.
Los caminos de este mundo te conducen con amor Automático
hasta el cielo prometido donde siempre brilla el sol.
Y cantan los prados, cantan las flores con armoniosa voz;
y mientras que cantan prados y flores, yo soy feliz pensando en Dios.
Los caminos de la vida te conducen en verdad
al buen Dios que te convida a entrar en la eternidad.
Y cantan los prados, cantan las flores con armoniosa voz;
y mientras que cantan prados y flores, yo soy feliz pensando en Dios.
Esperamos, con María, poder cantar las alabanzas de Dios para siempre. AMÉN
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